La rehabilitación sigue inacabada

Los vecinos de la Estación, a la espera

La comunicación de que las obras de rehabilitación de la antigua Estación de Ferrocarril se reiniciarán de manera inmediata ha sido recibida con escepticismo por los residentes en la pequeña barriada a la que el emblemático inmueble da nombre. 

La comunicación formalizada por la empresa Dragados a la Ciudad que informa de la inmediata reanudación de las obras de rehabilitación de la antigua Estación de Ferrocarril ha sido recibida con escepticismo por los vecinos. Los trabajos permanecen paralizados desde hace prácticamente una década. Los residentes de esta pequeña barriada ceutí, que reúne poco más de 400 viviendas, se han acostumbrado a ver frustradas sus expectativas después de muchos compromisos para la continuación de las obras asumidos por la Ciudad y que se han visto, indefectiblemente, insatisfechos.

“Que hagan algo por el barrio”, reclama escéptica la presidenta de la asociación vecinal, Sonia Cubero, que ya ni siquiera concibe el vetusto edificio libre de las vallas que lo cercan y de la suciedad que encierra.

A comienzos del pasado agosto, la Ciudad daba un plazo de 30 días a Dragados para que reanudara la obra. La paralización de los trabajos esconde un litigio económico. La empresa reclama al erario público algo más de 460.000 euros como deuda acumulada, pero los técnicos municipales reconocen a Dragados un débito de apenas 17.000 euros.

Según informa la Ciudad, Dragados se ha comprometido a reiniciar las obras de rehabilitación sin que ello signifique renuncia alguna a la reclamación económica planteada. Por su parte, las autoridades municipales han solicitado el parecer del Consejo de Estado sobre el contencioso.

 

En torno a la Estación

La pequeña barriada que creció en torno a la antigua Estación de Ferrocarril ha visto con los años cómo el vetusto edificio ha pasado de ser un símbolo para los vecinos a convertirse en un lastre. El vallado de la obra ha robado un buen número de metros cuadrados de terreno público a los residentes y, con ello, tramos completos de acerado. Pero ése no constituye el mayor problema.

El interior del edificio se ha convertido en un espacio insalubre plagado de basura y restos orgánicos en descomposición. El inmueble alberga a inmigrantes marroquíes que han convertido sus inhabitables estancias en refugio improvisado. Una gallina campa a sus anchas por el conjunto semirruinoso. “Las gallinas son de un vecino que las deja libres por ahí –explica Cubero- Los animales entran en la obra y están aquí todo el tiempo que quieren”.

La Estación no es, sin embargo, el único solar baldío y abandonado que transforma la barriada en un escenario feo y desolado. Unos metros más allá, unos barracones medio derruidos confieren un aspecto suburbial a un núcleo de población que, en realidad, se encuentra en lo que bien pudiera considerarse el centro de la ciudad.

Entre las viejas construcciones, los adolescentes hallan un lugar de esparcimiento para sus aventuras extraescolares.

Cubero confiesa que la asociación vecinal se siente discriminada por el trato que se dispensa a la barriada. Y propone un ejemplo para ilustrar su queja. Junto a la estación se levanta una plaza expedita –no existe un solo banco- y anodina en uno de cuyos extremos se levantan una diminuta pista deportiva y un parque infantil. En el tobogán, descolorido por el paso del tiempo, unos niños han escrito sus nombres con un rotulador de trazo grueso. “No son nombres de niños de aquí: estos columpios los trajeron de segunda mano cuando decidieron quitarlos de La Marina –explica la presidenta- Los nombres ya estaban ahí cuando los instalaron”.