El patriota enjaulado

La desdichada existencia de Indalecio Arribas ha sido consignada por el reverendo Sean O’Reilly en su monografía “Españoles eximios y ejemplares”. Infortunado patriota, sus conspicuos talentos no le valieron, como habría merecido, para forjarse una carrera en el partido.

El español copia

La confrontación de los temperamentos nacionales ha constituido una constante en mi producción etnográfica. Es, precisamente, esta inquietud intelectual la que anima una de mis obras más queridas: la monografía titulada “Españoles eximios y ejemplares” (“Stupid and idiot spaniards”, Oxford University Press, 2013). El lector familiarizado con mis escritos conocerá que en ella expongo los detalles del extravagante caso de Indalecio Arribas, patriota irredento y fenómeno en nómina de la compañía “Monstruos, prodigios y abominaciones S.L.”, con sede en Villanueva del Rosario, provincia de Cádiz.

El señor Adolphe Arber von Balthasar, un industrioso suizo dotado de singular talento para el tráfico de mercaderías y la estafa, era el gestor de tan singular empresa, dedicada a la captura, clasificación y exhibición pública de las criaturas que componían su afamado monstruario.

No habrá de explicitarse que el bestiario del que Arber von Balthasar se ufanaba escondía un sinfín de fraudes, mixtificaciones y engaños: una mujer barbada mediante el artificio de un postizo, un hombre demediado tan sólo gracias a un ingenioso juego de espejos, dos hermanas siamesas que sólo lo eran merced a un velcro emboscado que adhería sus espaldas… Sólo Indalecio era genuino, único en su género, un espécimen cuya mera existencia retaba a la ciencia. “Lo hallamos en un contenedor cercano al pabellón donde el partido celebró su último congreso –me reveló el feriante- No resulta fácil hoy día dar con un ejemplar de patriota español fuera de uso en tan buen estado”.

Una extraña empatía me hermanó de inmediato con aquel infortunado ser que, ataviado con un traje de luces tabaco y oro, me observaba receloso desde una celda umbría y maloliente. Aunque intentó atacarme armado con un grueso volumen de la “Historia de España” de Ricardo de la Cierva, mi simpatía hacia aquel homúnculo no disminuyó un ápice. “Discúlpele, ha olido a anglicano de la Iglesia Irlandesa y no ha sabido contenerse –medió Arber von Balthasar- No hay nada que le enardezca más que el tufo a protestante”.

El mercader se avino, por una módica cantidad, a confiarme los aspectos más desconocidos de la desventurada existencia del monstruo. Me explicó que Indalecio había disfrutado de una ventajosa posición en el partido, fruto de su capacidad para la lisonja y la adulación, méritos que le reportaron una asesoría largamente remunerada en una institución pública y una pronunciada lordosis producto de su afición por la genuflexión y el cabezazo servil.

“La dirección del partido supo valorar su absoluta inepcia para cualquier cosa y lo anduvo promocionando hasta que un buen día, y no me pregunte por qué, cayó en desgracia”, concluyó el empresario.

Mientras Arber von Balthasar me iba desvelando la peripecia vital de su prodigio, observé cómo Indalecio, quizás por timidez, quizás por saberse objeto de escrutinio, se escondía bajo la mesa camilla con brasero en torno a la cual se organizaba el espacio de su celda, una estancia austeramente amueblada. Sobre un televisor marca Telefunken, un toro rampante amenazaba la integridad de una Nancy legionaria a la que, en un acto de acendrado patriotismo, Indalecio había desprovisto de su ojo derecho y de su brazo izquierdo. Un cenicero de porcelana, en cuya circunferencia el artesano había labrado la leyenda “Estuve en Benidorm y me acordé de ti”, completaba la modesta decoración de la jaula.

Transcurrieron meses hasta que conseguí granjearme la confianza de aquel ser humillado y vencido por la malignidad del mundo. Y fue entonces cuando obtuve una confesión que, incluso hoy, después del tiempo transcurrido, juzgo valiosísima, un testimonio que aquilata la esencia misma de una especie que, lejos de extinguirse, se vigoriza, afinca sus raíces en el terruño y se manifiesta orgullosa de su linaje. “A mí, en el fondo, lo que me gustaría es que Cataluña se independizase –me aseguró con su vocecilla de vicetiple- Nada me procuraría más placer que contemplar a un tipo de Sant Feliu de Guíxols perseguido por la Guardia Civil mientras intenta trepar por la valla fronteriza para acceder a España”.

 

Nota del director: El Gran Monstruario del profesor Arber von Balthasar regresa este miércoles a la ciudad tras seis meses de ausencia. Las localidades podrán adquirirse a partir de este lunes en las taquillas de Teatro Auditorio Revellín o a través de la página web ceuta.es. Las autoridades civiles, militares y eclesiásticas asistirán a la inauguración. Se ruega decoro en el atuendo.

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