DESFILE PROCESIONAL

Bajo el peso de la Virgen de África

Centenares de ceutíes se han reunido esta noche de viernes para acompañar la procesión de la imagen de la Virgen de África, que ha cumplido con su tradicional recorrido por las calles del centro de la ciudad. El húmedo calor que se ha apoderado del ambiente ha hecho más arduo, si cabe, el trabajo de los costaleros. 

Los veinticinco costaleros que esta noche cargaban con la imagen de la Virgen de África respiraban trabajosamente el aire envilecido bajo el paso. El espacio hermético que ocupaban no dejaba lugar a ninguna corriente de aire que aliviara el extraordinario esfuerzo que durante más de dos horas hubieron de desplegar para mantener la dignidad de la procesión.

La misa previa a la salida de la comitiva comenzaba a demorarse demasiado para gusto de los costaleros. “Cuando salgamos de la calle Jáudenes tendremos que empezar a correr”, se escuchaba en los corrillos ante las puertas de la iglesia de África.

El viejo tópico de la presencia de las autoridades civiles y militares era en este caso la constatación de un hecho. La diversidad de los atavíos ofrecía al conjunto una singularidad y un pintoresquismo a los que no eran ajenos los uniformes de los soldados de Regulares, el traje talar de los sacerdotes, los ceñidos pantalones de los rocieros o las adustas indumentarias de los representantes de las administraciones del Estado. Entre los invitados, y codo con codo con el presidente de la Ciudad, Juan Vivas, caminaba solemne el alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce. Otras anónimas presencias pasaron inadvertidas.

Pasadas las nueve y cuarto de la noche, el paso enfiló el Ayuntamiento para dirigirse inmediatamente hacia la calle Jáudenes, donde una multitud aguardaba uno de los momentos más notables y esperados de la procesión: la lluvia de pétalos caída de uno de los balcones, una tradición reciente forjada por una familia ceutí particularmente devota.

A la salida de la calle, los costaleros, consciente de la premura que imponía cumplir con el horario previsto, apretaron el paso hacia la calle Colón con el propósito de llegar lo antes posible a la Plaza de la Constitución. Allí aguardaba otro de los momentos que el imaginario de los fieles ha forjado como cita ineludible en el encuentro anual con el ritual: la salve cantada.

La Virgen volvió entonces a desandar lo andado camino de su templo. La procesión había terminado.  

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