Opinión

Una enseñanza

El llamativo caso del jugador de fútbol detenido cuando trataba de introducir clandestinamente en la Península a un migrante sin papeles esconde una enseñanza que no debería pasar desapercibida.

El llamativo caso del jugador de fútbol detenido cuando trataba de introducir clandestinamente en la Península a un migrante sin papeles esconde una enseñanza que no debería pasar desapercibida.

La noticia de que Ismael, conocido como “Maruja” en los ambientes deportivos, había intentado colar entre la expedición de la A.D. Ceuta a un extranjero indocumentado creó, en los primeros instantes, no poco desconcierto. La conducta del futbolista mereció desde el comienzo una valoración moral. Seguro que hubo quien, en la creencia de que el comportamiento de Ismael respondía a una motivación desinteresada, aplaudió su arrojo. Al fin y al cabo, se habría tratado de ayudar a una persona en situación de necesidad.

Otros, en esa misma convicción, censuraron al deportista precisamente por ese altruismo, tan dañino, según probablemente creyeron, para la defensa de los superiores intereses de la patria.

Las pesquisas policiales permitieron concluir que Ismael se había conducido exclusivamente por dinero. La revelación debió de tranquilizar a quienes anduvieron persuadidos durante un tiempo de que el jugador había traicionado a su comunidad. Ahora todo resultaba más razonable. El ánimo de lucro, sin bien fundamento de muchos comportamientos corruptos, explica mucho mejor por qué un joven sería capaz de aventurarse a prestar ayuda a un migrante. Porque si no es por dinero, ¿a qué diablos socorrer a un extranjero?

La dirección de la A.D. Ceuta también ha debido de entenderlo así. El futbolista todavía no ha sido despedido del club pese a haber aceptado ante el juez una condena de prisión.

Al fin y al cabo el muchacho sólo lo hizo por pasta.