Opinión

Una reflexión española

Los argelinos que residen en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes quieren irse. Las autoridades españolas sostienen que no pueden hacerlo y les imputan un “uso indebido” del derecho de asilo. Mientras, y ante la decisión de los norteafricanos de concentrarse en la Plaza de los Reyes, la ciudadanía se escandaliza y protesta por la ocupación de sus espacios públicos.

Los argelinos que residen en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes quieren irse. Las autoridades españolas sostienen que no pueden hacerlo y les imputan un “uso indebido” del derecho de asilo. Mientras, y ante la decisión de los norteafricanos de concentrarse en la Plaza de los Reyes, la ciudadanía se escandaliza y protesta por la ocupación de sus espacios públicos.

Resulta curioso que se haya suscitado un problema allí donde no debería haberlo. Para entender esto basta con hacer un alarde de españolidad, uno de esos ejercicios de recia gallardía que tan del gusto han sido siempre en este país nuestro.

Ceuta es España. Esta verdad incontrovertible no se compadece, a veces, con la conducta de quienes con mayor determinación y facunda elocuencia defienden la españolidad del suelo que ensalzó El Pali, autor de la enjundiosa sevillana “Son españolas”.

A lo que se ve, los entusiasmos patrios de nuestras autoridades no alcanzan a advertir que el terruño ceutí es, en lo que concierne a esencia nacional, de la misma calidad que el soriano, el pacense o el ilicitano. Pese a ello, se resisten a que los migrantes puedan viajar a Soria, Badajoz o Elche.

Convierten así Ceuta en un territorio sometido a un estado de excepcionalidad que no sufren otras ciudades del país. Como españoles y ceutíes deberíamos estar ciertamente enojados.

Facilitar la libre circulación de los extranjeros desde Ceuta a cualquier otro punto de España constituiría, vistas así las cosas, un acto de reafirmación nacional, una exaltación de los valores patrios y una manifestación de españolismo incontrovertibles. Ceuta tan española como Medina del Campo. ¿No sería un gesto hermoso?

Seguro que el delegado del Gobierno, evocando a Don Pelayo, al Cid y a la Monja Alférez, reconsidera su posición.