Opinión

La tesis del caniche

Asegurar que el lenguaje opone celadas a la buena voluntad no deja de ser un tópico. Si te aleccionan durante años para que llames caniche a las boas constrictor, un buen día, cuando te aproximes al perrito para ofrecerle su ración diaria de Pedigree Pal, te sorprenderás siendo engullido, sin poder preverlo, entre las desmesuradas mandíbulas del bicho.

Asegurar que el lenguaje opone celadas a la buena voluntad no deja de ser un tópico. Si te aleccionan durante años para que llames caniche a las boas constrictor, un buen día, cuando te aproximes al perrito para ofrecerle su ración diaria de Pedigree Pal, te sorprenderás siendo engullido, sin poder preverlo, entre las desmesuradas mandíbulas del bicho.

El lenguaje confunde, y esta capacidad no resulta siempre inocente.

La Delegación del Gobierno ha emitido una nota informativa en la que se refiere como “asalto” al intento de un centenar largo de jóvenes por acceder a la ciudad superando la valla fronteriza. La idea de que quien trata de entrar en territorio español alberga una pretensión malévola que oculta una vocación violenta no hace sino retratar a quien la promueve.

La utilización del vocablo “asalto”, como el de otros que suelen trufar las comunicaciones de las autoridades españolas y europeas cuando hablan de inmigración, evoca una amenaza de la que todos, los pacíficos ciudadanos de a pie, al parecer somos destinatarios. Usarlo sirve para sostener un mensaje que, fundado en el miedo, soslaya otras consideraciones de orden humanitario y legal que, quizás, deberían ocupar toda la atención de aquéllos a quienes hemos encomendado la gestión de nuestros intereses.

Pero ellos siguen insistiendo en que el caniche acabará por devorarnos.