Opinión

Haciendo Ceuta

Un cuarto de siglo hace que me puse a escribir a esta tierra. Empecé con una vieja máquina de escribir, de la mano de la patrona Santa María de África como marinero en un cuartel de instrucción en Cádiz.

Un cuarto de siglo hace que me puse a escribir a esta tierra. Empecé con una vieja máquina de escribir, de la mano de la patrona Santa María de África como marinero en un cuartel de instrucción en Cádiz.

Cuántos tirones de a quienes ponía en duda la españolidad de esta tierra. Con los nervios de un chiquillo que aguarda su juguete, abría la página del diario para ver mi sello de autor junto al de otras glorias locales que Ceuta ha ido pariendo.

El sueño de verme desfilando junto al Tercio y la Armada ante la Virgen de África en un arriado de bandera, la reivindicación de que la antorcha olímpica pasara por Ceuta en 1992… Me entusiasmé sinceramente con las manifestaciones de patriotismo y fervor caballa que reivindicaban la autonomía para Ceuta.

Mis dedos se acomodaron a mi vieja máquina de escribir. Mis “Escritos caballas” tomaron el aire del Estrecho en los mecíos por la Bahía ante la Virgen del Carmen, que esperaba su salve marinera.
O clavaíto en una esquina de la Gran Vía sin poder moverme para ver el Encuentro entre la Esperanza y el Nazareno. Hay quien dice que no hay más historias que contar sobre Ceuta.

Como un escultor, esculpí con martillo y cincel los rincones de Gabriel León, ese escritor que miraba hacia El Hacho como quien mira desde una balaustrada, tal y como me enseñó Juan Díaz Fernández.

Por la Bahía de Ceuta mi padre me hizo un guiño desde el cielo y, dormido, me quedé esperando a merendar con la abuela Anica en el Patio Morales. Y así, loco perdío, seguiré haciendo Ceuta, besando en García Aldave la bandera del Tercio, donde se han juntado los soldados de la Infantería con el espejo de las noches caballas viendo atardeceres. Vi arder las noches de San Juan sumergido en las aguas de la Ribera y también subiendo el Recinto con mi Nati en mi regazo.
He llamado sueño a las copas de Europa del Real Madrid y apareceré hecho un revejío con unos euros sin tener sueño ninguno, queriendo entrar solo en el Parque del Mediterráneo, mientras mi nieto me colma con sus besos y abrazos mirando al cielo y esperando entre la espuma y la sal. Veinticinco años nada más.