Opinión

La estatua política

Para quien no lo sepa, enclavado en el valle del Cauca, en la cordillera de los Andes, se sitúa la tercera ciudad más poblada de Colombia, Santiago de Cali. No nos vincula demasiado a esa ciudad, más allá del idioma y de la herencia española. Pero desde hace muy poco nos une algo más. Ambas ciudades tienen un monumento a la solidaridad.

Para quien no lo sepa, enclavado en el valle del Cauca, en la cordillera de los Andes, se sitúa la tercera ciudad más poblada de Colombia, Santiago de Cali. No nos vincula demasiado a esa ciudad, más allá del idioma y de la herencia española. Pero desde hace muy poco nos une algo más. Ambas ciudades tienen un monumento a la solidaridad.

Nuestra ciudad, con poco más de 84.000 habitantes, tiene la inmensa fortuna de disfrutar a partir de ahora de una estatua de 2 metros y medio de alto por 2 y medio de largo que viene a simbolizar la solidaridad hacia los inmigrantes de la sociedad ceutí. Porque somos así de solidarios, y nosotros lo valemos. El coste de esa estatua, ha sido de 165.000 euros y gracias a que nos han hecho un descuento, da igual si por pronto pago o porque somos “buena gente”, del 50%. Con un descuento de ese calibre ¿quién se podría haber resistido a poner una solidaridad en su ciudad?

Pero como tengo activado mi gen curioso, no puedo dejar de echar un vistazo a la ciudad colombiana de Cali y ver qué es lo que tienen ellos.

La escultura en cuestión tiene una altura de 20 metros, está hecha de material especial con aleaciones de metales y está conformada por figuras desnudas. En ella se destaca un hombre arrastrando un cubo gigante, con su brazo extendido con una longitud similar a la glorieta. En la mano reposan figuras humanas y una mujer al final con una antorcha. La estatua está enmarcada en un monumento que cuenta con jardines, juegos de agua y luminarias. Ciertamente, es un monumento impresionante. Pero… ¿y su coste? Al cambio del peso actual, su coste osciló entre 50.000 y 90.000 euros, es decir, entre una tercera parte y la mitad que la nuestra. Pero lo realmente solidario es que fue un regalo de las Cámaras de Comercio colombianas hacia Cali, por lo que su coste para las arcas del municipio fue de… 0 euros.

Reconozco lo perverso de la comparación. Una ciudad de 84.000 habitantes se gasta en una estatua de 2 metros y medio 165.000 euros, mientras que otra ciudad de casi 2.500.000 habitantes ubica una estatua de más de 20 metros que cuesta la mitad y que a la ciudad le sale gratis. Incluso dentro de esa perversión, alguien podría pensar que la gestión pública para hacer un homenaje a la Solidaridad de los pueblos ha sido mucho más eficiente en Cali que en Ceuta. Pero claro, Colombia es Colombia, y en Ceuta somos diferentes.

Dejemos, pues, las perversiones al margen, y miremos para otro lado. Abro la página del periódico y… ¿qué es lo que veo? Problemas de impago a empresas que abastecen al CETI, problemas de impago en el ICD, problemas de impagos de Servicios Sociales al programa de ayuda al alquiler para algunos beneficiarios, reconocimientos extraordinarios de deuda, coste astronómico por la demora en la tramitación del nuevo PGOU, oferta pública de empleo municipal insuficiente para las necesidades reales de Ceuta, récord de paro respecto al resto de ciudades españolas, muchísimas familias por debajo del umbral de la pobreza que luchan por intentar conseguir una mínima ayuda para poder comer, … Prefiero cerrar el periódico y es entonces cuando me pongo a reflexionar.

He escuchado a personajes afines al gobierno de Ceuta defender esta situación “monumental”, y también he escuchado a representantes de la oposición achacando todos los males del mundo a esa estatua. Lo que es evidente es que la corrección política y nuestra “sensibilidad cultural” han impedido a todos, entre los que me incluyo, poner en cuestión la belleza o el valor artístico de la obra, nos vayan a señalar con el dedo como personas insensibles o ignorantes. Todos sabemos de arte, faltaría más.

He intentado hacer un alarde de talante conciliador y comprensivo, y me he dicho a mí mismo que la cultura no tiene por qué estar reñida con el resto de las necesidades de una sociedad, que existen unas partidas presupuestarias destinadas a servicios sociales, a inversiones, a cultura, y dentro de ello es normal que se haga un gasto también para estos menesteres. Me he repetido con intensidad que se destina una cantidad importante para rehabilitar barriadas, para atender emergencias sociales, para luchar contra el paro, para…

No he podido seguir. Mientras me estaba diciendo esas palabras a mí mismo, repitiendo los argumentos con que los responsables públicos han defendido su gestión, era cada vez más consciente de la gran mentira que me estaba contando para acallar la conciencia. No me sirven los paños calientes. En este caso no existe una realidad diferente dependiendo del cristal con que se mire, no, es una indecencia, sin color. Y las indecencias, al igual que las injusticias, trascienden las explicaciones y mentiras con que se visten y resuenan en el interior de cada persona, sin caretas.

No es admisible que nos permitamos gastos de ese calibre sin considerar un debate serio sobre las prioridades de una sociedad.

Un capricho, disfrazado de necesidad cultural, no es ni un gasto ni una inversión, es simplemente un despilfarro. Y no me sirve utilizar la demagogia habitual de decir que la cultura también es una necesidad del ser humano, porque existen muchas formas de dar forma a una inquietud cultural sin tener que despilfarrar el dinero público que podría ir destinado a otras necesidades mucho más básicas reflejadas en la pirámide de necesidades humanas establecida por Maslow, como alimentación, seguridad, un techo digno bajo el que vivir, un trabajo que permita desarrollarnos, etc. Y mientras esas necesidades básicas de toda la población no estén cubiertas, no podemos permitir esos dispendios, es la indecencia a la que me referí anteriormente.

La reflexión anterior me lleva al siguiente punto: ¿por qué se hace entonces?

Es importante distinguir entre gasto e inversión. Para quien no esté familiarizado, a pesar de que se suelen utilizar coloquialmente como sinónimos, existe la diferencia básica en que una inversión genera un beneficio y un gasto no. Cuando se utiliza dinero público se debe hacer especial hincapié en esta diferencia, de manera que se siga siempre la máxima de que se debe gastar para mantener una infraestructura o servicio esencial o para hacer frente a necesidades ineludibles, y se debe invertir para mejorar la capacidad de generar beneficios futuros para la sociedad, beneficios que fundamentalmente se traducen en la creación de empleo. Es lo que se llama economía productiva.

La gestión pública que se hace en Ceuta ha renunciado hace mucho tiempo al concepto de inversión productiva. Ya se ha renunciado definitivamente a hacer inversiones que generen empleo, porque simplemente el gobierno no sabe cómo hacerlo. Y además no tiene reparo en reconocerlo abiertamente, haciendo llamamientos descarados a la oposición para que “quien tenga la solución al paro de la ciudad, que lo diga”. Eso sí, salvando el insignificante hecho de que la oposición no tiene la mayoría (aún) ni los recursos para poder llevar a cabo todas las propuestas que hace. Por tanto, el gobierno de la ciudad se ha convertido en una máquina de gastar, en un mastodóntico ente que destina el dinero público que recibe a espuertas a realizar gasto improductivo, a mantener estructuras y a dar caprichos a una parte muy selecta de su electorado. Esa es la razón por la que vemos actuaciones como la de la tristemente famosa estatua.

Ceuta tiene unos indicadores de paro, pobreza, fracaso escolar, por todos conocidos, no es necesario volver a recordarlos. Pero hay un dato que contrasta contundentemente con esa realidad, que es la renta media por habitante. Somos una de las ciudades con una renta media por habitante mayor de toda España. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo, con la cantidad de familias que hay en situación de pobreza, con el paro que hay, podemos tener ese nivel que indica riqueza? La respuesta es muy sencilla, y se resume en una palabra: desigualdad. La diferencia entre lo que ganan quienes tienen trabajo y el resto de la población es tan grande que hace que el indicador que calcula la media sea muy alto. La explicación está en el dinero público. Ceuta tiene unos sueldos elevadísimos en el sector público, es una ciudad que vive a expensas del dinero que recibe de la administración. Sin embargo el sector privado es tan sufrido y castigado como casi en cualquier otra parte del país, puede que incluso más por las limitaciones que existen a la iniciativa privada. Mientras el dinero público no fomente y posibilite que el sector privado crezca, las desigualdades en Ceuta serán cada vez más pronunciadas, y tenemos que tener la suficiente sensatez como para dejar de complacernos de nuestra propia indolencia para actuar en ese sentido y empezar a invertir con criterio y ambición de mejorar y crecer. Empecemos a invertir y dejemos los gastos para lo realmente necesario.

Y si un gestor público no tiene esa ambición por hacer mejorar y crecer a la sociedad y dedica sus esfuerzos a simplemente ir colocando en un sitio y en otro el dinero del que dispone en su presupuesto, entonces lo que tiene que hacer ese gestor público es dimitir y buscar un puesto más acorde a su talento: hacer de estatua en el próximo monumento.