El hombre providencial

El presidente de la formación política VOX, Santiago Abascal, en la valla de Melilla.
photo_camera El presidente Vox, Santiago Abascal, en una imagen de archivo

El pie afianzado sobre el terruño patrio, la cabeza erguida, el gesto adusto, el perfil heroico y en la mirada la determinación propia de quien no se siente asaltado por la duda. El hombre providencial es así. Llega al lugar, brama contra el enemigo secular, llama a la rebelión de los mejores, se atusa el cabello, denuesta a los invasores y, como un Hernán Cortés enfrentado al océano inmensurable, adopta la pose noble con la que se imagina será inmortalizado por la Espasa Calpe. Mientras, espera a que el retratista accione el disparador, precisamente ahora que este vientecillo de poniente adhiere la camiseta al pectoral con tanta gracia que evidencia la virilidad hispana del elegido, tan ajena a los melindres afeminados de quienes se sienten reacios a dar vivas a España, pues de todos es sabido que si al grito de Viva España otro viva no responde, si es hombre no es español y si es español no es hombre. De primero de patriotismo.

Un dirigente de masas con estas cualidades y pretensiones es digno de admiración. Recio, firme, imperturbable, cumple la misma función que el paraguas con el que el guía marca la ruta a un grupo de turistas japoneses por el casco histórico-monumental de Torrelodones, si es que tal cosa existe. Simular que uno sabe dónde está y tiene claro hacia dónde se dirige confiere no poco prestigio.

Pero la pose varonil y el rictus concentrado no son siempre suficientes. Si estos recursos no se acompañan de algún ejercicio previo de reflexión, de la ponderación de las causas y de la consideración detenida de los efectos uno acaba reducido a la triste condición de la que abjuran las estatuas de los próceres sobre las que defecan las palomas en los jardines públicos.

Claro que esta disposición al drama resulta harto eficaz cuando de lo que se trata es de incitar a otros a incendiar el Reichstag, saquear Roma o desahuciar a mamporros a los cuñados tan imprudentemente invitados a la propia casa con  motivo de la cena de Navidad.  

Pues algunos han venido a Ceuta a esto.