La oenegé Digmun trabaja con 39 niños extranjeros a los que el Ministerio no escolariza

Las autoridades exlcuyen del sistema educativo a los menores que no acrediten su residencia en el país a través del censo 

"Señorita, yo también quiero ir a un cole normal”. Este es el deseo de los 39 niños extrafronterizos con los que Digmun trabaja a diario. El local social de la asociación de vecinos de la Antigua Estación de Ferrocarril hace las veces de aula y biblioteca, “nuestro último proyecto” nos enseña orgullosa Carmen Marcilla, una voluntaria de la asociación que aunque los niños llaman “señorita” nada tiene que ver con la docencia. “Dedico mi tiempo a estos niños. Pertenezco a la rama sanitaria pero aquí soy su señorita”, explica.

Estos niños, de entre 4 y 17 años, reciben clases en dos aulas que podrían parecer las de cualquier colegio sino fuera porque a las 13.30 horas las mesas y las sillas se amontonan en una esquina, los libros, los colores y los cuentos se guardan en armarios y se barre el suelo… Todo para que su clase durante las mañanas vuelva a parecer el local de una asociación. Aun así los dibujos en las paredes les delatan, la pizarra es la huella de la lección del día y detrás de una puerta la biblioteca, un espacio azul donde vivir otras vidas, tal vez unas vidas en las que estos niños van a un colegio normal, donde no hay que desmontar la clase cada día. Un sueño que por ahora no es más que eso. El motivo: el empadronamiento o la falta del mismo. El Ministerio de Educación no escolariza a ningún niño que no demuestra a través del censo que reside en la ciudad y “como muchos padres no están empadronados pues los hijos tampoco”. Así viven 39 niños. 39 familias que intentan dar un futuro mejor a sus hijos con la ayuda de la asociación Digmun. Cada día a las 9.30 estos niños llegan con sus mochilas y sus mejores sonrisas a su cole para aprender no solo lengua, matemáticas o naturales sino “también normas sociales y de comportamiento, hábitos de higiene, trabajo en equipo… En definitiva, todo lo que se aprende de manera natural en las aulas”, explica la coordinadora de la asociación, Paloma Manzano.

 Sin los voluntarios, imposible

La labor de los voluntarios es fundamental para que todo este engranaje funcione. Una labor nada fácil ya que “solo contamos con dos aulas y 39 niños desde los 4 a los 17 años, así que los dividimos en grandes y pequeños”, explica la señorita Carmen mientras varias niñas que salen del aula se despiden de ella con un beso. Se acerca una de las madres. Fátima Sora está feliz de que su hija lleve tres años en el colegio de Digmun. Asegura que sola en casa se aburre, aquí no solo aprende sino que puede jugar con otros niños aunque sea en el parque público que hay junto a la Estación de Ferrocarril. Fátima se siente orgullosa de su hija “porque quiero darle un futuro mejor y ella se está esforzando”. De hecho, hay ocasiones en las que la niña corrige a la madre cuando pronuncia mal. “Aquí aprendemos todos de todos”, explica una de las voluntarias.

Aún hay mucho por hacer. Esta asociación puede funcionar gracias a las aportaciones de los socios y de diferentes entidades o fundaciones como Educo, culpables de que el colegio de Digmun tenga desde hace un par de días una biblioteca. “Todo en esta biblioteca es reciclado, todo reutilizado. La hemos hecho con mucha ilusión y ganas”, asegura la coordinadora de la asociación que también trabaja con las madres de estos niños. “De hecho los niños llegaron de la mano de sus madres. Muchas mujeres venían a clases de alfabetización y no tenían con quien dejar a sus hijos y poco a poco nos dimos cuenta de las necesidades de los menores”. Unas necesidades que Digmun intenta suplir con este colegio, un local vecinal que cada mañana se llena de ilusión, de sueños y de preguntas. Algunas tienen fácil solución, como 2 por 2 pero hay otras que no tienen explicación y que cada día se hacen estos niños ¿por qué yo no puedo ir a un cole normal? “Es difícil, muy difícil explicarle a un niño que la sociedad de la que se siente parte, porque muchos han nacido aquí, le da la espalda y no tiene las mismas oportunidades que el resto de niños ceutíes. Es triste que el futuro de estos niños se dibuje tan claramente en el horizonte”.  Paloma Manzano lanza una última reflexión antes de despedirnos. “Se podrían hacer muchas cosas con ellos para insertarlos y que aportaran a la sociedad pero ves como ahora cuando puedes trabajar con ellos, la sociedad les niega formar parte de ella porque no están empadronados. ¿Qué van  a hacer si son inmigrantes y sin formación? ¿Qué crees que van a poder aportar algo a la sociedad? El destino de las niñas será casarse muy jóvenes y los chicos buscarse la vida como puedan”.

Entrando en la página solicitada Saltar publicidad