La España menguante

El artículo que aquí se transcribe fue publicado por el reverendo O'Reilly en la sección "Sucesos insólitos" del prestigioso diario británico "The Sun" el pasado febrero. El texto es una recreación urdida sobre el testimonio ofrecido por el sargento Argimiro Miravete, destinado a la vigilancia del perímetro fronterizo. 

El guardia civil

El sargento Argimiro Miravete repartía sus aficiones entre la pesca con mosca y la exégesis de textos jurídicos pergeñada desde la perspectiva pragmática propuesta a comienzos de siglo por el filósofo del derecho anglo-armenio Dikran Baghdassarian.

Miravete era un tipo con inquietudes.

Por ello, a nadie sorprendió la perspicacia y entereza de ánimo que demostró aquella tarde caliginosa de julio en la que inauguró una novedosa estrategia para la salvaguardia de las fronteras de la Unión Europea. Enfrentado a medio centenar de jóvenes africanos cuyos ojos escrutaban expectantes al agente desde lo más alto de la valla, Miravete adivinó en los rostros de los muchachos la firme determinación de pasar al otro lado. Tenso y responsable, como cabe esperar de quien ha recibido la encomienda de velar por la defensa del bien común, el sargento deliberó consigo mismo acerca de cuál era la conducta que mejor se compadecía con la observancia de la legalidad vigente y la preservación de los principios morales sobre los que se sustenta el edificio social de cuya integridad se sentía custodio en aquel trance.

Como había aprendido en sus provechosas lecturas, Miravete concluyó que en tales circunstancias no cabía decisión más sabia que la de acogerse al principio de autoridad, encarnado para el suceso presente en la circular remitida por el ministerio a la comandancia aquella misma mañana. Recordó el sargento el tenor textual de la instrucción, los matices precisos que invitaban a una interpretación imaginativa de la norma, a una recreación cuasi artística del derecho internacional en la que se conciliaba la aridez de la ciencia jurídica con la feracidad del ingenio humano. La circular venía a decir lo siguiente: “No se considerará que el inmigrante ha entrado en territorio nacional si no ha superado los elementos de contención: la barrera de agentes policiales ha de entenderse como uno de tales elementos”.

Ni Montesquieu ni el mismísimo Perry Mason redivivo habrían sido capaces de estar a la altura del sargento en aquel penoso episodio.

La emergencia que se presentaba dejaba escaso espacio a una ponderación detenida del espíritu de la ley, tal y como habría recomendado su admirado Baghdassarian, así que se dejó llevar por la inspiración y ordenó a sus hombres que dieran un paso atrás. La maniobra era contemplada con recelo por los africanos, pese a lo cual, todos a una decidieron dar un paso adelante. Los guardias, a una orden de Miravete, retrocedieron un paso más. Y los migrantes, aun inquietos por el extraño proceder de los agentes, avanzaron de nuevo tímidamente.

Miravete era un hombre perseverante. Desde luego, no estaba dispuesto a que aquellos extranjeros invadiesen impunemente el territorio patrio cuya integridad le había sido dado defender. Y así, hurtando la frontera a los migrantes como el trilero que esconde la bolita al incauto, el sargento y sus hombres fueron retrocediendo hasta alcanzar el Foso de San Felipe.

A la altura del acueducto de Segovia, Miravete se vio asaltado por las dudas. Pues advirtió cómo, a resultas de su elaborada táctica, desde el municipio castellano hacia el sur los guardias no habían hecho otra cosa que constreñir el país hasta dejar fuera de sus límites a la mitad de la población autóctona, incluida la sede del Ministerio del Interior. Pero el sargento era un tipo con una misión y como había dios que iba a cumplirla.

(Reuters informa de que Miravete y sus hombres, seguidos por el grupo de africanos, acaban de hacer su entrada en la provincia de Pontevedra).

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