PROCESIÓN DE GLORIA

Una casa en Independencia 7

La imagen de la Virgen de África recorrió durante la noche del miércoles las calles del centro de la ciudad. Una casa en el número 7 de la calle Independencia, cuyo balcón se asoma a Jáudenes, ha vivido, como cada año, con especial intensidad la procesión religiosa. Desde allí, hace ya dos décadas, una niña concibió la "petalá" con la que desde entonces los vecinos reciben el paso de la talla. 

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photo_camera La imagen de la Virgen, durante la procesión que ha recorrido este miércoles las calles de la ciudad/ANTONIO SEMPERE

Hay un portal en la calle Independencia 7 que conduce a un balcón desde donde se domina, de uno a otro extremo, la breve calle Jáudenes. Un día cualquiera la vista apenas ofrece la oportunidad de demorarse en la contemplación anodina de un hatajo de viandantes desocupados y algún perro ocioso que olisquea las deposiciones de un congénere de especie. Jáudenes, entonces, no se distingue de otras miles de calles iguales pobladas de vehículos estacionados y camiones de la basura que ronronean de madrugada perturbando el sueño de los inquilinos.

Sin embargo, hay una jornada de agosto en la que Jáudenes, y un balcón que asoma a su angosta extensión, cobra una vida especial, animada por la irrupción, morosa y esperada, de la imagen de la Virgen de África.

María Cabillas se asoma a la calle flanqueada por cajas y cestos repletos de pétalos. El balcón que ocupa es una atalaya desde la que año tras año preside una ceremonia siempre idéntica a sí misma. Cada agosto, María arrebata de la caja un puñado colmado de pétalos y los arroja sobre la imagen de la Virgen de África.

Hace un par de décadas, la hija de María, alentad por su tío Vicente Cabillas, decidió celebrar el paso de la imagen de la patrona con un manojo de pétalos. Año tras año, la niña se empeñó en festejar la llegada de la Virgen con una lluvia de flores despedazadas. Así lo hizo hasta que un día, apenas cumplidos los 16 años, la hija de María murió. Desde entonces, todos los vecinos de la calle Jáudenes hacen florecer el asfalto de esta calle, tan igual a otras tantas, cuando bajo sus balcones reciben la visita de la talla de madera. “Es tan triste, cada año, sin mi hija, sin mi tío”, se lamenta María.

Esta noche de miércoles, Enrique, David y Raúl cantan desde el balcón de la casa de María la salve a la Virgen, y su música suspende durante un par de minutos el bullicio de la calle. La procesión continúa morosa más allá de los confines del mundo, al otro extremo de Jáudenes, allí donde la hija de María veía perderse, cada año, la silueta de la imagen a la que colmaba de pétalos.

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