Marta Sánchez o el poder de seducción de la nostalgia sin complejos

El Auditorio de La Marina casi repleto en el último concierto de las fiestas patronales

Iba el reportero camino del concierto de Marta Sánchez rumiando su condición de ‘boomer’. Dolorosamente consciente de la insoportable levedad del ser, del inexorable y cruel paso del tiempo. ¿Hace cuántos años que, le guste o no, Marta Sánchez forma parte del paisaje sonoro de su vida? Muchos, muchísimos. Más de los que quisiera y no por culpa de Marta Sánchez.

Han transcurrido ya 36 años desde que llegara al grupo Olé, Olé en 1986 para sustituir a Vicky Larraz y 33 desde que actuara en Ceuta por primera y última vez hasta esta penúltima noche de feria. Fue mito erótico con su imagen de rubia explosiva, remedo patrio de Marilyn Monroe; ocupó la portada de Interviú y las fantasías eróticas de millones de españoles; encandiló a la tropa con su versión de ‘Lili Marleen’ en la primera guerra de Irak (¡la de George Bush padre!); ha sido perseguida por los paparazzi, ha encadenado éxitos, ha sobrevivido a descensos al borde del abismo del olvido y ha protagonizado momentos desconcertantes como cuando puso letra al Himno de España en un arrebato patriótico.

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Marta Sánchez es, además, de las pocas vocalistas que pueden presumir de que su llegada como sustituta impulsó a la banda a mayores cotas de éxito que su antecesora. Algo que pueden decir muy pocos grupos, AC/DC, Pink Floyd, Génesis… La lista es muy corta. Para el resto, cambiar de vocalista fue la antesala del fiasco. Y ahí sigue ella más de tres décadas después. Llenando (casi) el auditorio de La Marina en el último concierto de las fiestas patronales con su chorro de voz y sus muchas tablas en el escenario. Consciente de sus limitaciones —no son necesarias extenuantes coreografías, basta con moverse con estilo— y, sobre todo, consciente de lo que el público quiere de ella: volver a disfrutar de sus éxitos. O lo que es lo mismo, volver a aquellos años en los que ella brillaba como solo una estrella puede hacerlo y los demás éramos jóvenes. Nostalgia sin complejos. Una receta magnética para su público objetivo: parejas y grupos de amigos (sobre todo amigas) que llevaron hombreras aunque les avergüence reconocerlo y recuerdan al primer George Bush.

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¿Y para que andarse con rodeos o remilgos? La primera directa al hipocampo: ‘No controles’, el primer gran éxito de Olé Olé (el de Vicky Larraz), abrió una playlist solo apta para quienes saben de qué le hablan cuando dicen ‘Tocata’ o ‘Fernandisco’. Y seguidos, como en un carrusel del tiempo, sonaron ‘Soldados del amor’ —gorra de plato de lentejuelas incluida—, ‘Colgado en tus manos’ —cantada a dúo con Carlos Baute desde la pantalla gigante—, ‘Con solo una mirada’, su primer gran éxito con Olé, Olé’ o la esperada ‘Desesperada’, el primer hit de su aventura en solitario. Pero también versiones del bailando de ‘Alaska’, su celebrada ‘cover’ de la chica ye-ye de Concha Velasco o la sorprendente (e inefable) versión libre del ‘Sweet Dreams’ de Eurythmics (No te lo perdonaré jamás, Marta Sánchez) inexplicablemente entreverada con la base del ‘Lullaby’ de The Cure. Nostalgia transversal, con guiños para todos los públicos.

Pero no todo fue nostalgia ochentera. Marta Sánchez, capaz de la camaleónica gesta de sobrevivir a modas y tendencias, también llevó al público hacia los territorios sonoros de los 90 y los primeros 2.000, con los habituales acercamientos al rhythm and blues de marca blanca, recordando la sofisticación electrónica de Madonna o los latidos in crescendo del ‘house’, consiguiendo arrancar al público de sus asientos. Sí, aquí también como con Rozalén, Cultura pensó que era recomendable poner sillas, no vaya a ser que al público le fallen las rodillas.

Y poco más de una hora después de salir a escena, ya con el público en pie, Marta Sánchez encaró su último bis: “Soy yo, la que sigue aquí…”. No lo podría haber resumido mejor.

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