El expresidente de la Ciudad protagonizó un viaje a Rabat que hoy, 20 años después, resultaría impensable

La falta de diálogo interfronterizo: el extraño viaje de Antonio Sampietro

La crisis fronteriza ha puesto de manifiesto que ya no existen vías de diálogo entre las autoridades locales de uno y otro lado de la frontera. Por eso, 20 años después, aquel viaje del expresidente de la Ciudad Antonio Sampietro a Rabat adquiere hoy la naturaleza de lo insólito.

Dos momentos del viaje de Sampietro a Rabat en 1999 (CEDIDAS)
photo_camera Dos momentos del viaje de Sampietro a Rabat en 1999 (CEDIDAS)

Las relaciones entre dos regiones limítrofes no resultan sencillas si una de ellas está integrada en un país que considera a la otra territorio “expoliado” y “ocupado”. La solución a los problemas domésticos que se dilucidan entre los residentes en Ceuta y sus vecinos marroquíes más cercanos ha estado siempre condicionada a la temperatura de las relaciones entre los dos estados. Cuantas mayores son las tensiones entre Rabat y Madrid, menos posibilidades existen de hallar puntos de encuentro entre las autoridades regionales de uno y otro lado de la frontera.

La actual administración de la Delegación del Gobierno de Ceuta ha acumulado experiencia en estos trances. La crisis abierta por la decisión de Marruecos de suspender el tráfico de mercancías a través de la frontera ha roto cualquier tipo de puente con los marroquíes.

“Exigimos a nuestros políticos que tomen un té con el walid de Tetuán”. Esta reclamación, formulada a finales de 2017 por un empresario del polígono de El Tarajal, se contenía en una carta pública concebida como una queja ante la falta de diálogo entre las autoridades locales de ambos lados.

El por entonces delegado del Gobierno, el popular Nicolás Fernández Cucurull, respondía a estas demandas ofreciendo una pista sobre la complejidad de estas relaciones. Para ello, recurrió a una enigmática referencia deslizada durante un acto institucional que conmemoraba el aniversario de la Constitución. “Si esos contactos existieran y se hiciesen públicos, se cortarían de inmediato; si existieran y no se hiciesen públicos, parecería que se da la razón a los que dicen que no existen”, planteó crípticamente el delegado.

Aquellos encuentros cuya existencia sugirió hace tres años Fernández Cucurull resultan ahora poco menos que impensables. Las dificultades que encuentran los representantes de la Delegación del Gobierno para entrevistarse con un mero funcionario como el jefe de aduanas de Bab Sebta son la evidencia de que existen empeños que conducen inevitablemente a la melancolía.

 

Rezando en la tumba de Hassan II

SampietroPor todo ello, hoy, a más de 20 años vista, se antoja casi extravagante la visita que el expresidente de la Ciudad, el gilista Antonio Sampietro, hizo a Rabat en 1999. Si hemos de juzgar el hecho por la narración que su protagonista hizo de éste en un libro de alambicado título publicado en 2008 ("Marbella: principio y fin del gilismo. Intermedio cubano. Ceuta: un viaje de ida y vuelta"), se podría concluir que las autoridades marroquíes debieron enloquecer para dispensar al máximo representante de la “ciudad ocupada” el trato que le ofrecieron.

Tantos años después, Sampietro explica a Ceuta Actualidad el origen de aquella visita que, a juzgar por la narración del expresidente, sigue resultando extrañamente familiar: “Teníamos que dar una solución a la situación de los niños marroquíes: teníamos a un centenar vagando por la zona del puerto, así que decidimos abrir unas instalaciones en el Hacho para tutelarlos y atenderlos”.

Según cuenta Sampietro, la Ciudad aprovechó que la hermana de Mohamed VI estaba implicada en la gestión de una oenegé dedicada a la protección de la infancia para proponer un acuerdo a los marroquíes. La idea era la de crear un centro en los alrededores de Tetuán donde acoger a los menores conforme a un acuerdo, que con arreglo a la narración del expresidente, pasaba por el compromiso de que su construcción correría a cargo de la institución municipal.

“Nosotros habíamos intentado escolarizar a los niños, aunque, claro, no teníamos competencias para ello –continúa Sampietro- Intentamos distribuirlo entre distintas escuelas, pero ese esfuerzo fue boicoteado por el delegado del Gobierno, Luis Vicente Moro, un hombre del que yo siempre dije que era un cáncer para la ciudad”.

Fuera cual fuese el motivo de la visita, lo cierto es que los ceutíes se plantaron en el país vecino con toda la solemnidad de una delegación oficial.

Para sorpresa de los ceutíes, uno de los primeros contactos con el país fue la llamada telefónica que recibió del ministro de Asuntos Exteriores marroquíes, Abderramán Yusufi, con una insólita propuesta: al día siguiente estaban invitados a orar en el pabellón donde se custodian las tumbas del abuelo y el padre de Mohamed VI. Tras aquel acto, Sampietro estampó su firma en libro de oro del mausoleo. El presidente ceutí escribió: “Como presidente de la Ciudad de Ceuta ha sido un honor para mí poder estar rezando en la tumba de Mohamed V y Hassan II”.

“En aquella época la Delegación del Gobierno mandaba continuos mensajes a Madrid diciendo que nos tenían que mantener vigilados porque queríamos mantener conversaciones con Marruecos”, recuerda el expresidente.

Sampietro confiesa que en aquellos tres años que duró su mandato al frente de la Ciudad sintió que existía una posibilidad de que desde Ceuta se pudieran forjar acuerdos beneficiosos para los habitantes de uno y otro lado de la frontera. “Hablar con el vecino no puede ser nunca malo: lo que ocurre es que no hay diálogo –sentencia el expresidente- En Ceuta nunca se ha dialogado con nadie de Marruecos”.

La singular aventura de Sampietro no parece que pueda ser emulada por ningún otro presidente ceutí. Ni tan siquiera por otro delegado del Gobierno. Más pintoresco que eficaz, el viaje turístico del líder del GIL por Marruecos sigue guardando el divertido atractivo de lo insólito.

Los objetivos de la representación del Gobierno central en Ceuta son hoy, dos décadas después, muy otros. El diálogo a pie de frontera sigue condicionado por intereses que se encuentran a kilómetros de la ciudad. Y no parece viable abrir cauces para el entendimiento entre los ceutíes y sus vecinos del otro lado.