40º ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DEL DICTADOR

Franco ha muerto

El 20 de noviembre de 1975 el general Francisco Franco moría después de una prolongada agonía. Cuarenta años después, todavía puede rastrearse su presencia en las calles y edificios de la ciudad en la que estuvo a punto de ser asesinado un día de julio de 1936. 

Escudo de Franco O'Donnell
photo_camera Azulejo con el escudo preconstitucional en la fachada de unas viviendas en O'Donnell/ ANTONIO SEMPERE

Franco ha muerto. Lo cual, si bien se considera, no constituye una novedad reseñable. El dictador falleció hace hoy cuarenta años. Su presencia ominosa y constante durante casi cuatro décadas se desvaneció pocos minutos después de las cuatro de la mañana del 20 de noviembre de 1975.

El Generalísimo se ausentó para siempre aunque aquí, en este lugar del África septentrional, en el transcurso de los años siguientes, muchos españoles, autóctonos y foráneos, jugaron a ponerse en los zapatos del Vigía de Occidente. Colocar las plantas de los propios pies sobre las huellas labradas en el monolito dedicado a la memoria del general gallego en el Monte Hacho constituyó para generaciones de visitantes una divertida frivolidad que hoy, con la perspectiva que concede el tiempo, se antoja un ejercicio de escalofriante empatía. Durante unos segundos, la escueta atalaya de los 163 centímetros del Caudillo tomaba posesión del cuerpo del turista, quien, presa de la taumaturgia del monumento, sentía brotar de sus entrañas el ardor guerrero necesario para tomar el ferry e invadir la provincia de Cádiz antes de regresar a casa con la esposa, la suegra y la prole.

Sin embargo, los diminutos pies del inquilino de El Pardo jamás se posaron sobre la superficie que recogía aquellas huellas apócrifas. Las siluetas de las botas del general fueron talladas por el escultor Bonifacio López para un conjunto monumental inaugurado en agosto de 1939, en pleno I Año Triunfal. Aunque si Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo –que tal fue la gracia que le fue impuesta en la pila bautismal a Su Excelencia- llegó a estar en San Antonio alguna vez fue por la impericia de un grupo de soldados que no acertaron a llevar a buen fin su asesinato.

Placa a los caídos en la Plaza de San Daniel/ A.S.

Placa a los caídos en la Plaza de San Daniel/ A.S.

Matar a Franco

“Aquella referencia me llamó poderosamente la atención, así que acudí al Archivo Militar de Ceuta, y allí estaba: la mañana del 18 de julio de 1936 un grupo de soldados urdió un complot para matar a Franco”. El historiador ceutí Francisco Sánchez Montoya narra todavía con apasionamiento el hallazgo de aquella historia fascinante sobre el fracasado intento de magnicidio.

Los cabos José Rico y Pedro Veintemillas habían sido testigos desde la medianoche del 17 de julio de los movimientos de las tropas sediciosas dispuestas a secundar el golpe de estado que inauguraría los tres años de infamia de la Guerra Civil. Los militares resolvieron que debían abortar aquella insubordinación para defender el orden democrático republicano. Tras sumar a su inquietud a los también cabos Anselmo Carrasco y Pablo Frutos, el conciliábulo determinó que no había otra manera de poner fin a la revuelta de sus mandos que cosiendo a balazos al general rebelde a su llegada al cuartel el 18 de julio.

El pacto de silencio, sin embargo, quedó quebrado con la delación de uno los jóvenes soldados implicados en la trama. Los conspiradores quedaron al descubierto. El sargento Bernardo Garea, los cabos José Rico, Pedro Veintemillas, Anselmo Carrasco, Pablo Frutos, Amadeo Delgado y Rufino Marcos y los soldados Felipe Navas y Sánchez Téllez fueron detenidos. Antes de que concluyera el consejo de guerra abierto contra ellos, Veintemillas y Rufino Marcos fueron secuestrados de sus celdas en la prisión de El Hacho por los falangistas, quienes los asesinaron de un tiro en la cabeza. Más formalmente, con una condena de muerte dictada por un tribunal militar, Rico, Carrasco y otros tres compañeros de conjura fueron fusilados un 17 de abril de 1937.

Apenas habían transcurrido diez días desde que la trama de los cabos se fraguara, cuando el comandante general de Ceuta, Gautier Atienza, se descerrajaba un tiro en la cabeza.

Franco Caídos placa plaza de san daniel

Vestigio de la dictadura en pleno Paseo de la Marina/ A.S.

Algunos rastros

Franco escapó a la muerte en aquel verano del 36. La vejez no sería tan benévola con él treinta y nueve años más tarde. De haberle respetado, quizás hoy un anciano improbable de 122 años sonreiría bajo la placa de la calle donde podría haber leído aquel nombre tan familiar: Teniente Coronel Gautier. El Victorioso Caudillo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire se habría sentido como en casa.

Vencidos los límites de la muerte, el Generalísimo no habría encontrado, sin embargo, la plenitud. Erradicado en cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica, el fastuoso monumento del Llano Amarillo ya no está donde debía, rumiaría entre dientes el intrépido navegante del “Azor”. Aunque aquella mole erigida a mayor gloria del Alzamiento Nacional no fuera sino un fraude.

“El conjunto se levantó con motivo de unas maniobras militares que se desarrollaron en Ketama el 12 de julio de 1936, casi una semana antes del golpe de estado –explica el investigador Sánchez Montoya- En los años 60 lo trajeron a Ceuta y le cambiaron la fecha por la del 17 de julio: de repente, pasó de conmemorar unas simples maniobras a recordar el levantamiento de Franco”.

El provecto resucitado encontraría un respiro, pese a todo. La primavera le regalaría la visión del escudo de su imperio de cuarenta años –con su águila de San Juan y demás avíos- bordado en el manto de la Virgen de África en procesión.

 

Por Dios y por España

Escapar de la fosa, aun cuando sea para reverdecer laureles de juventud en aquellos lares donde uno fue tan feliz, procura desalientos y decepciones. La inmensa cruz a los caídos que custodiaba la entrada a la Santa Iglesia Catedral ha desaparecido. Le dolería en el alma saber que en el traslado de la estructura, el cálculo fallido de un gruista desatento la dejó caer desde una altura considerable. La estrucutura se hizo pedazos contra el suelo. Pero como el Creador aprieta pero rara vez ahoga, unos metros más allá el senecto general redivivo acabaría encontrando consuelo en la placa que en recuerdo a los fallecidos por Dios y por España todavía se conserva en la Plaza San Daniel.

“No me han olvidado del todo”, se diría a sí mismo antes de afianzarse la mortaja para regresar a su lúgubre morada en el término municipal de El Escorial. Previo pago de 60 euros por un billete de ida y vuelta sin bonificación.

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