Ceuta, un año después del 28-F

Un año después de la multitudinaria manifestación antirracista que recorrió las calles de Ceuta, Vox ha pasado de condicionar la gestión del Gobierno local a ser repudiado por todos los grupos políticos de la corporación municipal.

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photo_camera Cabecera de la manifestación que recorrió las calles de la ciudad el 28 de febrero del año pasado (C.A./ARCHIVO)

Hace un año sucedió lo impensable. 6.000 ciudadanos, en su mayoría ceutíes musulmanes, ocuparon las calles para clamar contra un fantasma que a nadie en Ceuta, hasta entonces, se le había pasado por la imaginación que pudiera vagar con tanta desinhibición por la ciudad: la islamofobia. A las cinco de la tarde del 28 de febrero del año pasado, centenares de personas se reunían en la barriada El Príncipe para iniciar una marcha a la que se irían sumando, camino del Ayuntamiento, otros grupos numerosos de manifestantes. Los concentrados habían respondido a la llamada de una protesta convocada bajo el lema “Por la convivencia y contra el racismo”.

¿Cómo se había llegado hasta este punto?

Hasta aquel momento, la sociedad ceutí había aceptado, con mayores o menores recelos, determinados siempre por la incontestable desigualdad social imperante, que las distintas comunidades de la ciudad encarnaban un modelo impecable de convivencia. Este pacto saltó, sin embargo, en pedazos con la irrupción en la política local de Vox, una nueva formación de extrema derecha cuyos mensajes transparentaban un concepto de ciudad excluyente.

Los mensajes de la formación liderada por Juan Sergio Redondo ya habían escandalizado a buena parte de los ceutíes cuando se hacían públicos, muy en contra de la voluntad de Vox, una serie de mensajes de WhatsApp privados que evidenciaban, mucho más nítidamente que sus proclamas públicas, el ideario del partido.

Aquellos mensajes hablaban de la presunta “islamización” de la ciudad, auguraban la inminencia de una nueva guerra mundial en la que el enemigo sería el islam, y expresaban algún que otro lamento (“Que haya españoles que digan que tenemos que tragar moros por cojones”). Para los autores de los mensajes la convivencia no era sino “el tipo de pensamiento cuyo único responsable ha sido Juan Vivas y su mierda de la Ceuta de las cuatro culturas”. Redondo, como líder del partido, y el diputado a la Asamblea Francisco Javier Ruiz están siendo investigados a día de hoy por el Juzgado de Instrucción número 5 como presuntos autores de un delito de odio.

Estos mensajes estaban en la mente de quienes participaron en la que ha sido la manifestación más multitudinaria de la historia reciente de la ciudad.

La fuerza de aquella movilización se ha acabado imponiendo, un año después, a movimientos políticos orientados a buscar una rentabilidad inmediata. El abrazo del PP a Vox estuvo a punto de quebrantar las junturas de la formación de Juan Vivas.

Pero entonces, hace apenas 365 días, Vox todavía se atrevía a descalificar la queja de los miles de ceutíes agraviados por sus soflamas. El mismísimo Santiago Abascal, líder nacional de Vox, invertía los términos y, en un mensaje publicado en Twitter, acusaba a los manifestantes de estar movidos por el odio. “Vox es el primer partido de Ceuta con un 35% de los votos: estos totalitarios animados en su odio por el gobierno podían cambiar su lema por el de ‘Mucho ruido y pocos votos’”, sentenciaba Abascal.

 “¿Pero toda esa gente que había en la calle no era para ver a los Popi?”, se mofaba Redondo, también en las redes sociales.

Las servidumbres impuestas por el pacto de gobierno suscrito con Vox entibiaron la reacción del PP. El portavoz del Gobierno, Alberto Gaitán, se limitó a hacer una sola consideración cuando los periodistas le preguntaron por su valoración de la manifestación.

“Efectivamente, hubo gente”, aseguró Gaitán para continuar: “La convivencia es un patrimonio de todos los ceutíes y el Gobierno siempre se ha sentido orgullos de defenderla”. Y eso fue todo.

La manifestación del 28-F fue la reacción, inesperada en muchos sectores de la ciudad, a la altivez excluyente de la extrema derecha local. Aquel gritó fue la antesala de lo que ocurriría meses más tarde. La ruptura del pacto de gobierno dejó solos a los diputados de Vox en el pleno de la Asamblea. Las cesiones del PP al partido de Redondo, su indiferencia hacia el negacionismo de la violencia de género cultivado por Vox, los silencios obligados por la necesidad de preservar el acuerdo dieron paso a un nuevo estado de las cosas.

El enfrentamiento entre el PP y Vox es ahora encarnizado y sanguíneo.

De algún modo, aquella marcha de finales de febrero de 2020 estableció en fiel ético que, aunque con retraso, ha acabado imponiéndose en la política local.