22 de marzo, Día Mundial del Agua

En el Día Mundial del Agua, Manos Unidas denuncia que 2.100 millones de personas carecen de acceso a agua potable y reivindica la importancia de este recurso básico para la cohesión de las comunidades y su desarrollo sostenible e inclusivo.

Una mujer extrae agua de un pozo en Afar (Etiopía) (CEDIDA)
photo_camera Una mujer extrae agua de un pozo en Afar (Etiopía) (CEDIDA)

Según informes de la ONU, más de 663 millones de personas deben desplazarse lejos de su casa para obtener agua potable y 1.800 millones de personas usan agua contaminada, lo que las sitúa en riesgo de contraer enfermedades como el cólera, la disentería, el tifus o la polio. Estos mismos informes estiman que el agua no potable, la falta de higiene y las precarias infraestructuras sanitarias (2.400 millones de personas carecen de servicios básicos de saneamiento) provocan alrededor de 842.000 muertes al año.

Distintos organismos de la ONU advierten que el cambio climático comienza a tener graves impactos en la calidad y cantidad del agua disponible, así como en el aumento de la frecuencia e intensidad de las sequías e inundaciones. Esto ha provocado que las ayudas internacionales a las poblaciones más afectadas no hayan dejado de aumentar desde 2005, algo que también se aprecia en el trabajo de Manos Unidas, según explica Goril Meisingset, coordinadora de proyectos de Manos Unidas en el Este de África: «Aunque siempre ha sido un componente de muchos de nuestros proyectos, sí es cierto que están aumentando las iniciativas dirigidas específicamente a mejorar el acceso al agua. En los últimos cinco años hemos aprobado 134 proyectos especializados para apoyar a más de 600.000 personas, principalmente en el continente africano».

Para Meisingset, «las comunidades más afectadas por la sequía y la escasez de agua son las compuestas por pequeños agricultores y ganaderos que se enfrentan a la desaparición de cultivos y pastos, la muerte de los animales y la creciente presencia de enfermedades derivadas de la desnutrición y el consumo de agua contaminada. Este es el caso de Somalia, Kenia y Etiopía, países que en los periodos más fuertes de sequía requieren de ayuda internacional para poder garantizar la alimentación».

 

Las mujeres, el grupo de población que más acusa la escasez de agua

«En los países en los que colaboramos», continua Meisingset, «las mujeres y las niñas suelen ser las responsables de conseguir el agua que se usa en las familias, lo que implica largas y complejas tareas que limitan enormemente su participación en otros ámbitos de la vida social, desde la educación hasta la participación en la toma de decisiones en la comunidad». Goril Meisingset pone como ejemplo un proyecto cofinanciado por Manos Unidas y la Cooperación Española en la región desértica de Afar, en el norte de Etiopía, donde «las mujeres debían caminar en torno a 6 horas diarias para obtener agua, un tiempo mucho mayor que el empleado en cualquier otra actividad». La necesidad de desplazarse a fuentes lejanas o las carencias en infraestructuras de saneamiento e higiene, configuran un escenario en el que «mujeres y niñas pueden enfrentarse a situaciones de acoso o abuso por parte de hombres», afirma Meisingset, «a lo que hay que sumar la propia dureza de los trayectos, de larga duración y por terrenos complicados, lo que impulsa a las mujeres a desplazarse en grandes grupos de madres, niños y embarazadas».

El principal objetivo de este proyecto llevado a cabo en Afar era «fortalecer la capacidad de respuesta de cinco aldeas frente a los efectos de la sequía y el cambio climático», explica Meisingset. La iniciativa ha apoyado a más de 9.000 familias que se dedican al pastoreo de cabras y a los pocos cultivos que permite la exigua disponibilidad de agua y, tras dos años de colaboración con la población local y Chain of Love —socio local de Manos Unidas en Etiopía—, Goril Meisingset subraya algunos resultados visibles: «Existen 8 nuevos pozos cerca de las casas, se han formado los respectivos comités de gestión del agua en los que la mitad de sus miembros son mujeres y se ha construido un muro de contención que protege las tierras cultivadas de la erosión del río. Además, la población se ha formado en hábitos de salud e higiene, en técnicas de desinfección de agua y producción agropecuaria y se ha puesto en marcha un sistema de reciclaje que separa el acceso al agua para uso humano y animal, evitando las enfermedades derivadas del consumo de agua contaminada».

La reducción del tiempo empleado por las mujeres en buscar agua ha sido, también, uno de los resultados que destaca Antonio López, misionero de los Hermanos de La Salle —socio local de Manos Unidas en la isla de la Tortuga, una de las regiones más deprimidas y abandonadas de Haití—. Tras 10 años en el país caribeño, López atesora una enorme cantidad de historias, como la de Endina, una chica de 15 años a quien le cambió la vida cuando un proyecto apoyado por Manos Unidas trajo el agua al pueblo. «La conocí cuando sus padres la dejaron con su abuela, que es ciega, y Endina tenía que hacer diariamente varios viajes para suplir las necesidades de agua de la casa. Ahora todo ese trajín se ha terminado y tiene más tiempo para estudiar y dedicar a su abuela. Está consiguiendo aquello que más deseaba: continuar sus estudios». 

 

El acceso al agua como llave para el desarrollo y el fortalecimiento de las comunidades

«Los proyectos de agua son especialmente potentes para generar desarrollo», afirma Meisingset, ya que el agua posibilita «mejorar el riego y, por tanto, la alimentación, mejorar la higiene y la salud, fabricar ladrillos para las viviendas e incluso facilitar el acceso a la educación, como hemos visto en las comunidades seminómadas de Afar, porque el acceso al agua alienta a las familias a permanecer más tiempo en el territorio y esto les permite escolarizar a los hijos».  

Para Lucas Bolado, responsable de proyectos de Manos Unidas en Haití, «el agua es algo tan básico y vital que todas las capas de la población se implican y esto fortalece la cohesión de la propia comunidad». Los usuarios de las instalaciones de agua contribuyen económicamente a un fondo colectivo gestionado por comités comunitarios que garantizan el mantenimiento del sistema y, en algunos casos, logran extender la distribución de agua a otras zonas. Tal y como explica Antonio López, esto ocurrió en el proyecto de la isla de la Tortuga, donde «la gente estaba muy empoderada al haber logrado distribuir agua a más de 5.000 personas, a pesar del fuerte desnivel y de lo agreste del terreno» y decidieron llevar el agua a un pueblo que no estaba contemplado en el proyecto. «Un pueblo», puntualiza López, «que existe precisamente por el cambio climático, compuesto por personas que antes vivían a la orilla del mar y que han tenido que hacer la casa monte arriba al ver cómo el mar no dejaba de crecer y penetrar en la costa».

«Los habitantes de la isla de la Tortuga», añade Lucas Bolado, «tienen ahora más fuerza y han seguido adelante con nuevas iniciativas de desarrollo y formación, algo importantísimo y esperanzador en un país tan maltratado por los tifones y las sequías. Para Bolado, «este empoderamiento que podemos ver en el caso de Haití o Etiopía es, sin duda, el motor más valioso para que las comunidades mejoren sus condiciones de vida y es algo que, afortunadamente, estamos viendo en nuestro trabajo en casi 60 países de África, América y Asia».

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