Se cumplen 29 años de la agresión a Mohamed Haidor, la más grave contra un funcionario de prisiones en Ceuta

Un apuñalamiento que casi le cuesta la vida

Su agresor, al que no olvida ni perdona, acaba de salir de prisión con 51 años: "No creo que haya cambiado", piensa Haidor

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photo_camera Mohamed Haidor salvó la vida milagrosamente en 1991 (CEDIDA)

“Hace 29 años yo tenía 29 (años) y salvé la vida por milímetros”. El funcionario, Mohamed Haidor, contesta así a la pregunta de cuándo sucedió la agresión de que fue víctima en el Centro Penitenciario de Los Rosales, la más grave que se ha producido en Ceuta en el ámbito de prisiones. Le ocurrió a los tres años de servicio.

PREGUNTA.  ¿Qué recuerda de ese día?

RESPUESTA.  Salía del turno de noche. Eran alrededor de las ocho de la mañana del 22 de marzo de 1991. Había sido mi cumpleaños. Un compañero, Agustín Castro, me quiso hacer la noche. Le dije que no. Para que veas lo que es el destino.

P. ¿Cómo pasó?

R. Fui con los dos compañeros del turno de mañana (Luis Cristóbal Díaz y Fernando Roldán) a uno de los módulos de la prisión a cachear a un interno en aislamiento que iba a salir al patio. El registro antes era lo habitual. Él se revolvió contra nosotros, con violencia y gritando <os voy a matar a los tres>. No nos dimos cuenta que nos estaba pinchando. Pensábamos que nos daba puñetazos. Fui el primero en ver mi costado izquierdo manchado de sangre. Sangraba abundantemente. El interno escondía un arma, una navaja o estilete de grandes dimensiones. Pinchó a mis compañeros, a Fernando en el hueso del esternón y el abdomen y a Luis en el abdomen. Su intención era matarnos. 

P. ¿Y después?

R. Le arrebatamos el objeto punzante, pero el pinchazo había perforado la pleura provocándome un neumotórax. Avisé a otros compañeros de lo que había sucedido en el departamento celular (de aislamiento) y me llevaron a Urgencias. Me quedé ingresado en el hospital casi una semana. 

P. ¿Alguna secuela tras la agresión?

R. Más bien son secuelas psicológicas. Por lo demás, me recuperé bien. Me dijeron que el estilete se quedó a unos milímetros de alcanzar el corazón y que, de haberlo tocado, la herida hubiera sido mortal. Me libré por muy poco, me indicaron los médicos.

P. ¿Quién era el individuo?

R. Un interno que se encontraba en prisión por un delito violento. Apuñaló a un joven en la feria de agosto del año anterior. Era conflictivo y estaba en el departamento de aislamiento. Nunca supimos cómo le llegó el estilete. Se trabajaba de forma muy precaria en Los Rosales, no conocíamos ni el arco detector de metal.   

P. ¿Recuerda su nombre? ¿A qué pena lo condenaron?

R.  Sí. Farid Halifa. Es argelino. Su alias es “Yuma”. Tuvimos el juicio en febrero de 1997, seis años después de los hechos, y la Audiencia Provincial de Cádiz lo condenó a la pena de dos años de prisión menor por el delito de atentado a funcionarios públicos y siete años de prisión mayor por cada uno de los tres delitos de homicidio en grado de frustración, total 23 años. Acaba de ser excarcelado tras comerse la condena a pulso en el primer grado penitenciario. Sé que la última prisión donde estuvo es La Coruña. Tengo entendido que lo iban a trasladar a un Centro de Internamiento de Extranjeros para su expulsión de España. 

P.  ¿Sabe qué edad tiene su agresor ahora?

R.  Nació en 1969. Tendrá 51, más joven que yo.

P.  ¿Cree que podrá reinsertarse?

R. No creo que haya cambiado. Ha pasado toda su condena en primer grado de tratamiento, que es el peor. O sea, que no ha habido ninguna evolución en su conducta.

P.  ¿Cuánto tiempo estuvo usted sin trabajar?

R.  Estuve tres meses convaleciente de la lesión y tras la baja volví al trabajo. A veces me acuerdo de lo que pasó, sobre todo me pasaba en Los Rosales si realizaba algún servicio en el módulo donde me agredió. Pero hay que seguir adelante. Se me viene a la cabeza porque fue un antes y un después en mi vida.

P. ¿Pudo haberse retirado?

R.  Me podía haber jubilado por atentado en acto de servicio, pero yo era una persona joven. Ni me lo dijeron ni lo valoré.

P.  ¿Ha tenido después algún otro incidente importante como funcionario?

R.  No. Ese fue el único caso de importancia. De hecho, en Ceuta nunca se había producido nada igual ni después tampoco, al menos una agresión de tal calibre.

P.  ¿Haber pasado por eso le hace desconfiar de todo?

R.  Te hace ser mucho más desconfiado. Yo soy una persona antes de la agresión y soy otra persona después, siempre lo digo.

P.  ¿Y en su relación con los internos?

R. Eso me lo hizo una persona concreta y en un momento determinado. Hay distintos tipos de personas en prisión. Hay quien entra porque comete un error por primera vez en su vida o por circunstancias personales se han visto allí. A estos internos tienes que darles apoyos para que luchen por salir de la situación en la que están. Los funcionarios de prisiones tenemos a la vez muchas tareas que son complejas y en cierta medida, contradictorias. Aparte de mirar por la seguridad de los internos tenemos que escucharles, atender sus demandas… Ejercemos de psicólogos y de todo un poco. Somos las personas que estamos más cerca de ellos en prisión. Yo no puedo actuar con recelo con todos los internos por una cosa que me haya sucedido.

P.   Pero hay que guardar las distancias.

R. Efectivamente. Ellos te cuentan sus historias y tú intentas asesorar, aconsejar a nivel jurídico o personal. A la persona tienes que juzgarla según el conocimiento que tienes de ella en el trato particular.

P.  ¿Son los internos capaces de remover los sentimientos de los funcionarios?

R.   Sí. A mí me pasa. Incluso aquellos que peor comportamiento tienen te sientas luego con ellos y te cuenta su vida, las circunstancias que le han llevado a delinquir. Te dejan un cierto poso de tristeza. Piensas que esa persona igual en otro ambiente, lejos de la drogadicción o si no procediera de una familia desestructurada, tal vez hubiera sido una persona diferente. Hay otros que te dicen <mire, yo no he tenido más remedio que meter en mi coche equis kilos de hachís, porque estaba en el paro o porque mis hijos no tenían para comer>. Cuando alguien dice eso llorando, eso te remueve los sentimientos por verdadera pena. Sabes que esta persona va a perder años de su vida en prisión por no haber tenido otra salida. A ellos intentas ayudarlos dentro de nuestros límites. 

P.  ¿Ha perdonado a su agresor?

R.  No llego a entender lo que hizo. Ante esa situación, ni olvido ni perdono.

P.  ¿Quiénes le ayudaron a pasar el trance de aquel momento?

R.  Era soltero aún. Yo sentí el apoyo, primero de mis padres y de mis hermanos. Recuerdo de mi madre sus palabras cuando vino a verme al hospital. La avisaron y estaba deshecha. Sentí el apoyo de la familia y de los compañeros que hicieron un encierro en los días posteriores para demandar más seguridad para los funcionarios. 

P.   ¿Y protegieron más a los funcionarios?

R.  Escasamente. Sirvió principalmente para que los compañeros reforzaran el sentido de estar alerta y que eso no volviera a pasar. Y así ha sido, afortunadamente. No ha vuelto a pasar.  

P. ¿Alguien está por vocación en un trabajo como el suyo?

R. Nadie entra por vocación en un trabajo como el nuestro, estoy seguro de ello. Antes de ir a trabajar es como si se te cerrara el estómago. Estás como prevenido. Es difícil llevarlo. Sólo te acostumbras con los años y al final te haces al trabajo y lo consideras casi como tu vocación, con sus momentos malos y buenos.

P.  ¿No se valora mucho la profesión, no cree?

R. Somos los grandes desconocidos de la Administración Pública. Hoy en día, un funcionario de prisiones accede al cuerpo a través de oposiciones que son bastante duras. La mayoría de los compañeros con los que trabajo son titulados universitarios. Y dentro de nuestro trabajo hacemos de bomberos, si se incendia una celda; de psicólogo con los internos; ejercemos de igualmente de trabajadores sociales y además velamos por la seguridad. Esto no es conocido por la sociedad. Nuestra labor no está reconocida. Se nos ha quedado en la cabeza lo que sale en las películas americanas y esa imagen antigua del carcelero que no tiene nada que ver con los funcionarios que pertenecemos a Instituciones Penitenciarias.