ENTREVISTA

"La desigualdad es una estructura de poder, no un accidente"

El médico forense y profesor de medicina legal de la Universidad de Granada, Miguel Lorente, recibía ayer el premio “María Miaja”, instituido por el PSOE de Ceuta. Lorente fue nombrado delegado del Gobierno para la Violencia de Género bajo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Afamado estudioso de los fenómenos de violencia contra la mujer, es autor de obras con títulos tan epatantes como “Mi marido me pega lo normal” o “Los nuevos hombres nuevos”.

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photo_camera Lorente, durante la entrevista concedida a Ceuta Actualidad/ A.S.

¿Cuál es su diagnóstico acerca del estado de la desigualdad en nuestro país?

Esperamos a la igualdad. Estamos en una espera activa. Estamos intentando llegar a ella.

Uno de los grandes problemas que padecemos es que no dudamos en sacrificar la igualdad ante la más mínima circunstancia. Mientras que la libertad, la justicia, la dignidad se entienden como derechos humanos irrenunciables, la igualdad se ha circunscrito a determinadas interpretaciones.

No se termina de entender cuál es la esencia de la igualdad. A veces creemos que corrigiendo desigualdades se puede alcanzar la igualdad. Pero la igualdad ha de ser un valor, ese valor que nos lleve a actuar, no el resultado de una operación aritmética, el resultado de quitar a tantos hombres para poner a tantas mujeres.

Mientras no interioricemos que el motor de nuestra actuación ha de ser la igualdad, y mientras no rompamos con elementos que en nombre de la desigualdad nos sirven para justificarnos, para darnos espacios de poder, privilegios, difícilmente podremos conseguirlo. En eso debemos trabajar los hombres, vivirlo como algo nuestro y renunciar a todo lo que nos da una serie de ventajas respecto a las mujeres en el día a día.

El barómetro del CIS de abril del año pasado decía que los hombres dedican un 96 por ciento menos de tiempo a las tareas domésticas cada día que las mujeres, un 26 por ciento menos al cuidado de los hijos y que disponen de un 34 por ciento más de tiempo de ocio. Resulta muy ventajoso para nosotros, ¿verdad? Pero podemos elegir. Tenemos que reflexionar sobre nuestro papel yprocurarque esas ventajas alcancen tanto a los hombres como a las mujeres.

¿Y lo hacemos?

No, qué va, todo lo contrario. Nos genera gran inquietud, rechazo y una sensación incómoda que fácilmente se interpreta como ataque. A mí me atacan en Twitter por estas cosas que digo. Pero yo tengo dos hijos. Yo quiero que ellos se incorporen a  la igualdad porque es bueno para ellos y para la sociedad. Y esa suma de bondades se traduce en una mejor convivencia.

Los hombres se sienten cuestionados. Se dice que criminalizamos a los hombres. No hacemos nada de eso. Cuando hacemos referencias a la violencia de género no estamos hablando de los hombres estamos hablando de los hombres violentos.

En uno de sus artículos, usted habla del uso del lenguaje como medio para desacreditar los avances en el camino de la igualdad. ¿De qué manera es eficaz una estrategia como ésta para mantener el actual estado de cosas?

La desigualdad es una estructura de poder, no es un accidente. Forma parte de la construcción interesada que permite organizar la sociedad sobre determinados esquemas, sobre los valores que dan cierta ventaja a lo que los hombres reconocen como importante. Por ejemplo, dirigir una empresa es importante, no así dirigir un hogar. El que tiene una posición de poder establece qué es lo que debe considerarse positivo y bueno para la sociedad, lo que debe ser reconocido.

Pero el ideal de igualdad es algo innato en el ser humano. Cuando el ser humano tiene razón e inteligencia, es capaz de abstraerse de lo inmediato y plantearse las cosas de manera diferente. Ve las cosas en términos de justicia, libertad e igualdad. El avance será antes o después, pero es impepinable. Igual que se han superado las dictaduras más crueles, las discriminaciones más terribles, al igual que ha pasado esto, se superará la desigualdad. Es verdad que todo esto está muy arraigado en la identidad, pero al final se conseguirá.

¿Cuál es la reacción de quien está en la posición ventajosa dentro de la desigualdad? Lógicamente,al principio es la de oponerse. Sin embargo, cuando comprueba que ese ideal, que ese liderazgo de las mujeres, que el feminismo, es una realidad y está obteniendo resultados, la actitud más fácil parece ser la de intentar controlarlo y redirigirlo, no enfrentarse a ello. Pero intentar levantar un muro tan alto es imposible. Podría hacerse durante algún tiempo pero no para siempre. Jugar con las palabras, jugar con el lenguaje es algo propio de esa estrategia de poder.

Trabajando en temas de igualdad en una reunión en la Unión Europea percibí cómo los países más conservadores comenzaron a decir que qué era eso de la desigualdad. Jugaban con la idea buscando una alternativa. No se rechazaba el fondo pero nos decían: “No hablemos de desigualdad, hablemos de discriminación, pero de todas las discriminaciones”. Esta actitud forma parte de lo que llamo el posmachismo. Se trata de jugar con la intención de alcanzar la “verdadera” igualdad, no ésa que plantean las mujeres y que se gana a costa de los hombres y atacando a los hombres. Así, sólo se plantea la crítica sobre el exceso, sobre lo que la sociedad considera que es inaceptable, pero no sobre las bases que hacen que eso se produzca.

Son, en definitiva, estrategias que buscan eludir el problema, limitándose a corregir alguno de sus elementos más manifiestos, los más rechazados, pero sin abordar la raíz del asunto.

Durante mucho tiempo la sociedad ha percibido que un texto normativo como la Ley contra la Violencia de Género podría ser capaz de acabar, llegado el día, con este desgraciado fenómeno. Pero, en realidad, ¿hasta dónde alcanza una ley en la tarea de derrotar a la violencia?

Es verdad que esta ley es un gran instrumento. Es la norma referente en todos los países. Hay un gran interés por lo que se hace en España y por cómo se hace. Pero también es verdad que quizás no hemos sido lo suficientemente didácticos a la hora de llamar a la implicación de la sociedad. La violencia de género es un problema social y cultural arraigado en las identidades y que está normalizado en el día a día, en las costumbres, en los chistes…Todo está impregnado de desigualdad. Y esa desigualdad está vestida de violencia, al menos como justificación no como una crítica frontal.

El gran reto es implicar más a la sociedad. Implicar en la crítica a la desigualdad, en la crítica hacia quienes utilizan los argumentos de los que estamos hablando.

Cuando estudiaba medicina tenía un profesor que nos decía que, tal y como sostenía Hipócrates, la medicina no cura. Cura la naturaleza. La medicina lo que hace es ayudar a la naturaleza.

Algo parecido ocurre con la violencia de género. En todos los problemas sociales con una base cultural hay elementos que permiten que eso tenga lugar y que se prolongue en el tiempo. Una ley por sí sola no cambia la sociedad. Lo que debemos hacer es trabajar para que la sociedad entienda que lo que acabará con la violencia de género es la propia sociedad. La ley sólo puede ayudar a terminar con ella. Es a la sociedad a la que compete rechazar los espacios que usan los maltratadores para construir la violencia de género.

Éstas son violencias que necesitan tiempo para constituirse, pues no aparecen de la nada sino que lo hacen tras un proceso durante el cual el agresor va aislando, va culpabilizando, va cuestionando, va dejando a la mujer reducida a ese espacio en el que la violencia aparece y en el que consigue dominarla y someterla. Si privamos al maltratador de ese espacio, difícilmente va a alcanzar su objetivo. Si cosificamos menos a las mujeres, si cuestionamos las conductas de los maltratadores, si rompemos con ideas como que los celos son amor, si logramos cambiar estas cosas, habremos avanzado mucho. Desde luego, esto es más responsable que esperar a que una ley modifique la forma de entender las relaciones y la posición de cada uno en la sociedad. 

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