Opinión

Adiós a las armas

Estos últimos días estamos asistiendo a un sorprendente debate parlamentario: ¿Vendemos o no vendemos armas a otros países que las utilizan para sus propios intereses?

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Estos últimos días estamos asistiendo a un sorprendente debate parlamentario: ¿Vendemos o no vendemos armas a otros países que las utilizan para sus propios intereses? Y aquí los partidos independentistas y los ácratas lo tienen claro. Ellos dicen que no, que fuera las armas que lesionan y matan a los seres humanos. ¡Qué buenos y angelicales son todos ellos! Porque ellos en su insuperable buenísimo sueñan con un mundo lleno de arcángeles buenos donde todo está regalado y se disfruta de una paz celestial donde todo esa asegurado por los demás. ¡Vamos, el paraíso terrenal sin necesidad de morirnos antes! Pero alejándonos de ese buen rebaño angelical, analicemos lo que es un arma y para qué sirve

Empecemos por tanto desde el principio, porque en aquella época, creo que incluso antes del neolítico, un hombre desnudo que era lo más parecido a otro hombre desnudo revolucionó la igualdad, porque alguno de estos iguales sin ropa experimentó que con una rama fuerte o un hueso grande podía ¡zas! estacazo y tentetieso dominar a los demás. Y parece que le gustó la idea porque siguió inventando más y más armas para dar más estacazos a los demás. Así desde esa primera y primitiva porra hasta las actuales bombas inteligentes la tecnología ha cambiado mucho, manteniendo idéntica la idea de su utilización. Es decir, más estacazo y tentetieso a los demás.

Bueno, en el fondo esta es la idea original que se mantiene en la actualidad. Las armas se fabrican para defenderse o para atacar a los demás. O sea, se sigue con el zas estacazo, tentetieso y dominio de los otros.

Solo se ha cambiado en que renovando la desnudez el hombre se ha vestido de pieles, togas y uniformes que los tapan para diferenciarse de los demás, más la experiencia le sigue demostrando que el zas estacazo y tentetieso, es lo más efectivo para diferenciarse y dominar a los demás.

Bien. Ya conocemos por qué se inventaron las armas y para qué sirven. Ahora lo que debemos saber es por qué los buenistas, ahora vestidos de sentimientos angelicales que les diferencian de los demás, quieren acabar con ellas. Es lógico. A fin de cuentas es la ley del rebaño. ¡Todos iguales en la misma desnudez!  Y por ello, aunque saben que el problema no es el arma sino quien la utiliza, atacan todo aquello que consideran en su candidez malo para alguien.

Y aquí entra la política, porque estas almas cándidas de la bondad eterna exigen con su voto que lo políticos les den la razón y abandonen toda actividad dedicada a fabricar armas y de las que depende el trabajo de mucha gente cuya única forma de vida es esa. Es decir, que si por ellos fuera posible en su tiránica imposición de buenismo, acabarían con todos los armeros y herreros del mundo haciéndonos regresar al hombre desnudo sin garras ni dientes para defenderse, pero eso sí muy iguales todos en su angélico rebaño.

Ahora es el momento de los políticos. Sí, de esos que sin conocerlos bien los votamos para que nos gobiernen y que están más pendientes de los votos que puedan ganar o perder para mantenerse en el poder que de la realidad de la existencia de las personas. Y que conforme a su interés de urna deciden que España deje de vender armas, aun cuando se empobrezca el país o lo que es más sorprendente que nosotros mismos compremos nuestras propias armas para, ¡no sé para qué! ¡Vamos que yo me lo guiso, yo me lo como sin más beneficio que el estómago agradecido! Porque esto es lo que han dicho desde Podemos y los independentistas. Bueno, de estos últimos lo entiendo más porque la armas las quieren para ellos y así dar a la unidad territorial ese. ¡Zas, estacazo y tentetieso!

El problema de estos mediocres políticos que nos dirigen actualmente tanto nacional como autonómicamente  es que al apartarse de la realidad de sus gentes, tan solo podemos decir de ellos que apenas tienen ninguna mala palabra, pero que también carecen de ninguna buena acción y que como se decía un epitafio, que dicen que fue clavado en la puerta del dormitorio de un político autonómico: “Aquí yace un dirigente/ en cuya palabra nadie confió/el que nunca dijo ninguna necedad/ ni hizo nada inteligente”.

Así que dejemos a nuestros políticos que sigan en su meditación profunda mirando impasibles el eterno firmamento al tiempo que se buscan sus propias pulgas, dejándonos a los demás alcanzar poco a poco esa arcadia buena y feliz de ángeles sin armas que nos auguran nuestros buenistas.