Opinión

La cita

Ha llegado el día. Meses de controversias públicas, reproches mutuos, prospecciones del futuro del país, contradicciones inexplicadas, disculpas y acusaciones, censuras y soflamas para que, al final de todo, haya llegado el día. La complejidad de la vida en sociedad se reduce en democracia al escrutinio de los votos. El futuro de España se decide hoy.

Ha llegado el día. Meses de controversias públicas, reproches mutuos, prospecciones del futuro del país, contradicciones inexplicadas, disculpas y acusaciones, censuras y soflamas para que, al final de todo, haya llegado el día. La complejidad de la vida en sociedad se reduce en democracia al escrutinio de los votos. El futuro de España se decide hoy.

Sea cual sea el resultado que arrojen las urnas, la única certeza aceptada como tal por todos los agentes políticos es aquélla que garantiza que ya nada podrá ser igual. Quizás, después de tanto escándalo y pese a ello, dentro de algunos años la España en la que nos toque vivir no consiga desprenderse de sus vicios y malos hábitos. Quizás, al contrario, nuestra democracia salga finalmente reforzada, adquiera un nervio mayor.

El pueblo, en contra de la extendida creencia, no es sabio. Ni mucho menos. Una decisión respaldada por una mayoría no la convierte necesariamente en la más atinada. No son pocos los ejemplos de pueblos que, a lo largo de la Historia, han corrido en manada, juntos y resueltos, camino del precipicio. Pero la elección de la mayoría sigue siendo el procedimiento más justo.

Siempre es preferible dejarse arrastrar por una cáfila de irresponsables que escogen el peor camino, pero lo hacen solidariamente y convencidos de que lo que se preserva es el bien común, que abandonarse a cuatro iluminados persuadidos de que sus argumentos están investidos de la infalibilidad que sólo alumbra a los escogidos. O dejarse seducir por cuatro sinvergüenzas. O por  cuatro idiotas. Por eso habrá que votar.

Si después resulta que la mayoría se equivoca, qué le vamos a hacer.