Opinión

La poyetona

Mi padre era un libro abierto. Era un sabio, un hombre de mundo que tenía su filosofía oriental. Como viajero incansable conocía los vocablos y pensamientos de medio mundo. De esta forma siempre daba con la frase idónea para cualquier escena, para cualquier momento que se presentase.

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Mi padre era un libro abierto. Era un sabio, un hombre de mundo que tenía su filosofía oriental. Como viajero incansable conocía los vocablos y pensamientos de medio mundo. De esta forma siempre daba con la frase idónea para cualquier escena, para cualquier momento que se presentase.

Recuerdo cuando, de joven, yo tonteaba por los madriles a ver qué novia me echaba. Había una chica que me traía loco. Mi padre, al verme en ese estado, me decía que en Ceuta las había mejores y que si algún día traía a una moza a casa, debía ser una mujer que superase a las de la tierra.

También era partidario de recurrir a los foráneos solo si servía para algo. Como en aquellas películas de Bruce Lee en las que los malos se traían a un tío de fuera para derrotar al fundador del Jeet Kune Do. Y entonces aparecía Chuck Norris.

Mi padre no era un estudioso del fútbol, pero tenía claro que antes de la entrada en vigor de la Ley Bosman todos los jugadores fichados en el extranjero eran lo mejor de sus respectivos países. No entendía despilfarrar el dinero en un tipo por el mero hecho de ser alemán, brasileño o argentino.

Un día presenciaba yo en la solemne procesión de Santa María de África. Allí, en la Puerta del Sol, reconocí a una chica, con más años que Cascorro, entre el público. Andaba acompañada de un maromo que, al parecer, se había traído de fuera.  Ella, que parecía que quedaría para vestir santos, estaba allí, junto a aquel individuo, cuya facha hacía pensar que todavía no se había recogido de la feria, en la camisa el salpicón del chocolate con churros y la brillantina de Travolta chorreándole por las sienes.

Aquella joya, importada al parecer para el mejor lucimiento en sociedad de la dama en cuestión, comenzó a lanzar impertinencias a la imagen y a dar un bochornoso espectáculo. Y yo allí, pensando que con la cantidad de lugares que podría haber elegido para ver la procesión hube de escoger éste, al lado del esperpento del verano.

Conclusión final: mejor escarbar en Ceuta, que seguro que se encuentran mejores ejemplares que este importado, dedicado, además, a meterse con la alcaldesa de nuestra tierra.