Opinión

Permanezcamos atentos

Hay algo en el ambiente que no presagia nada bueno. Las reacciones a los incidentes del pasado 1 de enero en la valla o los comentarios suscitados por las manifestaciones públicas de los políticos Mohamed Alí y Fátima Hamed se antojan síntomas de una enfermedad que, en estado latente durante mucho tiempo, quiere ahora reivindicar su ponzoña con total desinhibición.

Hay algo en el ambiente que no presagia nada bueno. Las reacciones a los incidentes del pasado 1 de enero en la valla o los comentarios suscitados por las manifestaciones públicas de los políticos Mohamed Alí y Fátima Hamed se antojan síntomas de una enfermedad que, en estado latente durante mucho tiempo, quiere ahora reivindicar su ponzoña con total desinhibición.

Ceuta ha arrastrado siempre una suerte de síndrome de ciudad acosada. En un principio, su aislamiento geográfico y las pretensiones anexionistas de Marruecos constituían la encarnación de la amenaza. La valla construida a lo largo del perímetro fronterizo sancionó como nuevo enemigo a los migrantes que, con insistencia y sin caer en el desaliento, empeñan sus desvelos en una única misión: entrar en la ciudad.

Las reacciones a los últimos saltos a la valla, medidas en el tono de los comentarios que pueden leerse en las redes sociales y en el tenor de las conversaciones privadas, adoptan expresiones de vehemencia desmedida, una respuesta animada por la ira que, quizás, nunca antes habíamos conocido. El discurso oficial de las autoridades que presenta a los migrantes poco menos que como una horda bárbara y violenta tampoco ayuda a que los más montaraces entren en razón.

Por otro lado están las cosas de casa. Mohamed Alí se atrevió esta semana a dar réplica a las desopilantes opiniones de la popular Esperanza Aguirre sobre el islam. Fátima Mohamed escribió un artículo en el que confesaba su inquietud acerca de los prejuicios vigentes contra los musulmanes. La lectura de los comentarios que se sucedieron en las redes sociales a estas declaraciones resulta estremecedora. Los más bajos instintos, como en los viejos peores tiempos, andan sueltos. Una ola de intolerancia nos amenaza. Permanezcamos atentos.