Opinión

Ardor guerrero

El Gobierno del Partido Popular ha acudido raudo al rescate de la Legión, presuntamente amenazada por una decisión administrativa del Ayuntamiento de Barcelona. Un gesto épico dirigido a inflamar ese ardor guerrero que va languideciendo en las nuevas generaciones, más pusilánimes y febles de espíritu. Albacea de las esencias maceradas en el solar patrio.

El Gobierno del Partido Popular ha acudido raudo al rescate de la Legión, presuntamente amenazada por una decisión administrativa del Ayuntamiento de Barcelona. Un gesto épico dirigido a inflamar ese ardor guerrero que va languideciendo en las nuevas generaciones, más pusilánimes y febles de espíritu. Albacea de las esencias maceradas en el solar patrio.

La Legión, como institución y parte de uno de los servicios públicos que el Estado proporciona a sus administrados, merece el respeto de la ciudadanía. Por muy controvertida que haya resultado su historia, hoy, como el resto de unidades que configuran el ejército español, desempeña una labor encomiable en la defensa de los intereses de los ciudadanos, a cuyo servicio se encuentra.

La crítica a la ocurrencia de la Ciudad nada tiene que ver con los hombres y mujeres que desempeñan su labor como servidores públicos en la Legión. La censura se dirige a ese anacrónico y carpetovetónico empeño de las autoridades municipales de considerar al ejército una suerte de reserva espiritual cuya esencia, como un caro perfume, ha de asperjarse por todas las esquinas de Ceuta a modo de un raro elixir indispensable para la vida en comunidad.  

La Ciudad ha buscado a miles de kilómetros para hallar un entuerto del que defender a los veteranos legionarios. Resulta extemporáneo. ¿Qué habríamos pensado si el Gobierno hubiese expresado su solidaridad, pongamos por caso, con los horneadores de pan del Alto Ampurdán? Se dirá que la Legión presta un servicio esencial al conjunto de los españoles. Cierto. Pero también habría que considerar que sin los panaderos nos veríamos obligados a untar cada mañana la mantequilla sobre la rugosa superficie de un ladrillo.

Las autoridades municipales, francamente, sobreactúan.