Opinión

Empleos y gatos

Hace unos años, las reivindicaciones que la patronal española planteaba a los sucesivos gobiernos sonaban extemporáneas, excesivas, desmesuradas. La irrupción de la crisis, sin embargo, consiguió que aquellas demasías se convirtieran en ley. Los trabajadores pagan ahora por ello.

Hace unos años, las reivindicaciones que la patronal española planteaba a los sucesivos gobiernos sonaban extemporáneas, excesivas, desmesuradas. La irrupción de la crisis, sin embargo, consiguió que aquellas demasías se convirtieran en ley. Los trabajadores pagan ahora por ello.

El incremento de la siniestralidad laboral no es sino una consecuencia más del desmantelamiento de buena parte de los derechos cuyo reconocimiento ha sido posible gracias a la lucha de generaciones de trabajadores. Según datos del propio Ministerio de Empleo, durante 2015 el número de accidentes de trabajo con baja creció un 11,9% con respecto al año precedente.

La precariedad en el empleo consagrada por la nueva legislación laboral es el fermento sobre el que florecen las extraordinarias estadísticas de las que se ufanan nuestras autoridades. Cuantitativamente, los índices de desempleo decrecen. Cualitativamente, ya nada es lo que era.

El comportamiento del Gobierno central recuerda, en su cinismo, al de aquellos propietarios de un zoológico que un buen día reclamaron al orgulloso cuidador de un hermoso ejemplar de tigre de Bengala la custodia del animal. “La situación económica así lo requiere; pronto se lo devolveremos”, le explicaron.

Tres años más tarde, los empresarios volvieron a citarse con el confiado cuidador. “Lo prometido es deuda: aquí tiene no uno sino dos flamantes tigres de Bengala”, le anunciaron. En la caja, sin embargo, apenas si se oía el maullido famélico de dos gatos sarnosos repletos de mataduras.

Nuestros empleos han experimentado también esta extraordinaria metamorfosis que lleva del tigre de Bengala al gato común. Pues eso.