Opinión

El espíritu del CETI

El silencio del coronel Ricardo Espíritu, director del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), resulta más revelador que cualquier discurso que pudiera pronunciar. Espíritu, encomiando de este modo su apellido, parece haber asumido que la encomienda de su cargo exige pasar desapercibido, silente como un espectro, evanescente y anónimo.

El silencio del coronel Ricardo Espíritu, director del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), resulta más revelador que cualquier discurso que pudiera pronunciar. Espíritu, encomiando de este modo su apellido, parece haber asumido que la encomienda de su cargo exige pasar desapercibido, silente como un espectro, evanescente y anónimo.

Los residentes en el CETI organizaban este viernes un desfile de modelos al que, como gesto de largueza, han asistido el delegado del Gobierno, Nicolás Fernández Cucurull, y el propio Espíritu. Ni en una convocatoria de este carácter el director del CETI consideró oportuno decir una sola palabra. Tampoco lo hace cuando acompaña hasta la estación marítima a los grupos de residentes que, de tiempo en tiempo, parten hacia la Península. De hecho, Espíritu no habla nunca.

No debe de ser una tacha de su carácter sino la actitud disciplinada que un militar considera indispensable mantener ante sus superiores. Alguien debería comentar en la Delegación del Gobierno que mantener al CETI tras una densa cortina de secreto, que impedir las visitas de representantes de la sociedad civil a las instalaciones o, como venimos comentando, condenar a su director a un tancredismo impuesto es alejar a los migrantes un poco más de la sociedad que les acoge.

Un tanto más de sensibilidad quizás resulte necesario. Un director que no ande persuadido de gestionar un cuartel, también.