Opinión

Políticos y periodistas

La proximidad de unas elecciones ejerce un efecto perturbador sobre aquéllos a quienes el partido encomienda la tarea de interpretar la realidad para mejor comprensión del elector. Esa cercanía, que el portavoz ha de percibir como un hálito frío en su nuca, confiere tersura y elasticidad a los datos, rejuvenece lo rancio y persuade de que el orador, por muy mostrenco que resulte su discurso, es un tipo de conspicuo talento y en el que, sin duda, resulta preciso confiar.

La proximidad de unas elecciones ejerce un efecto perturbador sobre aquéllos a quienes el partido encomienda la tarea de interpretar la realidad para mejor comprensión del elector. Esa cercanía, que el portavoz ha de percibir como un hálito frío en su nuca, confiere tersura y elasticidad a los datos, rejuvenece lo rancio y persuade de que el orador, por muy mostrenco que resulte su discurso, es un tipo de conspicuo talento y en el que, sin duda, resulta preciso confiar.

En cierto modo, las campañas electorales y sus cada vez más dilatados prólogos resultan parangonables a los primeros aires primaverales que arrebatan de su sueño a las bestias del bosque, aturdidas por meses de hibernación y quietud. Según el símil, el partido vendría a ser un oso torpe y perezoso que, oliendo el plexiglás de la urna, adquiere la ligereza de la gacela y la astucia de la hiena. Todo muy animal e instintivo.

Esta disposición a la hiperactividad, supeditada al empeño de divulgar las galas propias y deslucir las ajenas, se traduce en panegíricos que cantan las excelencias de la gestión del líder, anuncian logros inminentes y hacen ver que, contra lo que pudiera creerse, la realidad es muy otra a la que habíamos dado por sentada.

La realidad percibida entra, entonces, en contradicción con la realidad comunicada. Esta es una certeza que se revela evidente en las comparecencias públicas de los políticos ante los periodistas. En este caso, el orador, investido de la fe que exige la militancia remunerada, exalta el vigor de la economía nacional, la pujanza en la creación de empleos y el futuro esperanzador que, un día después de la jornada electoral, nos aguarda a todos. Quienes le escuchan configuran un auditorio integrado por trabajadores que, en su mayoría, sobreviven gracias a un trabajo precario, retribuido con un magro salario y sin apenas protección social. Es como si un jesuita glosara las virtudes de la abstinencia ante un grupo de depravados sexuales condenados a cadena perpetua en un presidio de Bangkok.

Si se le plantea el dilema, no lo dude. Estudie para político antes que para periodista.