Opinión

Altas esferas

Con la llegada de la oscuridad por la tarde y del frío de los domingos uno se resiste todavía a despedirse de la Ribera. Pienso cuándo volveré a verme encima de la arena.
Reflexionaba sobre esto mientras hacía cuentas del tiempo que estaba tardando en volver a expresar mis opiniones. Pero unas palabras de quien fuera jefe del CNI, Jorge Dezcallar, me han venido como como anillo al dedo para retomar mis colaboraciones.

Con la llegada de la oscuridad por la tarde y del frío de los domingos uno se resiste todavía a despedirse de la Ribera. Pienso cuándo volveré a verme encima de la arena.
Reflexionaba sobre esto mientras hacía cuentas del tiempo que estaba tardando en volver a expresar mis opiniones. Pero unas palabras de quien fuera jefe del CNI, Jorge Dezcallar, me han venido como como anillo al dedo para retomar mis colaboraciones.

Decía Dezcallar que, ahora que están cerquita las elecciones, había que  “acordarse del ciudadano”. Muchos dirigentes políticos se acuerdan del votante sólo cuando llega el momento de enviarle al buzón el sobre con la papeleta de voto. Este año esto sucederá entre turrones, zambombas y copitas de aguardiente.
El regate y el esquinazo en esta tierra están a la orden del día. Quién no recuerda los penaltis ochenteros. Todos esperábamos a la llegada de la semana de Feria para asistir al desfile de los bombos de las preñadas que salían a flote o a los paseos de las  parejas que caminaban abrazadas mientras nosotros cuchicheábamos  al pasar (“escucha, que éste no es el marido ni aquella es la novia ni la mujer que tenía antes…”)
Y claro en esta vida dependiendo de los recursos de los que disponga la familia, pobre o acomodada, y de la filiación de cada cual, así te mirarán por encima del hombro, te sacarán el pellejo o ter reirán las gracias.
Forrest Gump decía aquello de que la vida es como una caja de bombones y nunca sabes lo que te puede tocar. Montañas más grandes han caído. Todos y todas estamos en el mismo saco y esos gargajos que se sueltan al aire pueden tener volver a caer sobre el hocico de quien escupió. Y eso, con independencia de que, como yo escuchaba a más de uno por la Calle Real de Ceuta, haya quien crea que “eso a mí no me pasa”. A los hechos me remito.

Dios no se queda con nada de nadie y en esta vida todos vamos de paso y todo el lujo, la opulencia, los bienes materiales no pueden transportarse en la mortaja para llevarlos al otro barrio. Nada de eso. Sólo quedará el recuerdo y la morada en el interior de una caja de pino para el sueño eterno.
La vida e historia tiene muchos renglones torcidos en cada página de cada mortal. Por eso es momento de recordar que Ceuta es hija de la guerra, es un torbellino de culturas, avanzada en el Estrecho donde a cada momento se pone en duda quién derramó su sangre para defenderla y, por un momento de gloria con luz y taquígrafos y una salidita de tono escuchando las quejas de quienes quizá el día de mañana por defender a esta tierra no den ni una uña.