Opinión

Carlos, in memoriam

Carlos el negro

Ahora que se te han abierto las puertas del cielo de par en par que tiemblen los ángeles.  Se ha ido Carlos. Nunca sabrán, quizá, que fue un tío por derecho que levantaba pasiones.
Cuando en los setenta llegaba la moda de la fiebre del sábado noche y la brillantina se nos caía por las sienes emulando a Travolta, los que teníamos doce años queríamos imitar al líder del cotarro. Y ahí estaba Carlos.
Los chavales de hoy se encierran en sus cuartos atados al móvil o a una tablet, pero entonces para nosotros no había más que calle, calle y calle.  Allí estaba lo bueno y también lo malo.
La Plaza de los Reyes era el lugar de quedada para todos nosotros. En la parte alta, junto a aquella fuente majestuosa que chorreaba luces de colores, estaba Carlos: el conquistador y rey del mambo.

Cuando llegaban los niños grandes de los barrios de chapa y cortina, allí encontrábamos a Carlos para defendernos.  Y en el matinal del domingo, mientras suspirábamos por atraer la mirada de las niñas, aparecía Carlos, acompañado de la más guapa del cine. “No veas el tío como liga”, nos decíamos.

Por si fuera poco, Carlos conseguía ponerse bien el peinado para atrás, al estilo Travolta, mientras iba con sus libros debajo del brazo camino del Siete Colinas.
A mediados de los 80, una tarde, cambiando películas con su hermano Fernando,  coincidí con él en su casa. “Javi, ten cuidado con las cosas que hay por ahí que yo estoy ya mejor en una granja de esas de no sé dónde”, me dijo.
Con otra suerte, Carlos su apogeo habría hoy sido igual de alegre, macizo y bullanguero que en su infancia y juventud y habría despertado las mismas pasiones en el Poblado, en los pubs, en los trabajos y en todas las redes sociales habidas y por haber.
Hoy, con su familia, hemos recordado aquella tarde hablando de cornadas y tragedias las mismas que recibió Carlos a modo de dragón que se lo llevó en vida.
Así te recordare Carlos. Al final ya ni me reconocías.
D.E.P.