CARLOS Y LIDIA, LOS ROSTROS DE LOS POBRES JóVENES

Historia de dos ceutíes

Carlos y Lidia tienen 27 y 28 años, respectivamente. La pareja subsiste gracias a la prestación por discapacidad que percibe el joven. Después de sufrir el robo del dinero que habían destinado al alquiler, y ante la amenaza de ser desalojados de la habitación que ocupan, reclaman ayuda. Ella está embarazada de cinco meses. Un reciente estudio sobre la desigualdad en Ceuta constata que más de la mitad de los pobres ceutíes tienen menos de 29 años.

lidia geva y carlos ´sánchez
photo_camera Lidia Geva y Carlos Sánchez posan para el fotógrafo en la calle Cervantes/ ANTONIO SEMPERE

Lidia Geva y Carlos Sánchez son dos jóvenes parados de 27 y 28 años. Para su pesar, ambos encarnan la historia de la precariedad y el desempleo en Ceuta, uno de los lugares de la Unión Europea donde más ceñudamente ha golpeado la crisis económica. Según Eurostat, la ciudad figura entre los diez territorios europeos con mayor tasa de desempleo y se erige como el primero en número de parados entre 15 y 24 años.

Los únicos trabajos que Carlos ha conocido son aquellos que les proporcionaron los planes de empleo en tareas relacionadas con el mantenimiento y la jardinería. Su fortuna ha sido, sin embargo, efímera: con el vencimiento del programa para el que trabajó se acabó el empleo.

Los ingresos de Carlos, que ahora son también los de Lidia, dependen exclusivamente de la prestación que percibe en atención al grado de discapacidad que tiene reconocido. Los 350 euros que ingresa mensualmente se consumen en el pago del alquiler que le garantiza un techo bajo el cual cobijarse. El azar decide cada semana cómo cubrirá la pareja el resto de sus necesidades.

La recuperación económica ensalzada desde los púlpitos financieros y las trincheras políticas se antoja una noticia extraña para Lidia y Carlos. Ambos deben creer que no hay recuperación si no hay esperanza.

 

Desigualdad

La fatalidad parece preferir a los menos dotados para defenderse, a aquellos cuyos duelos resultan invisibles porque pertenecen a ese grupo de ciudadanos a quienes la sociedad embosca en sus márgenes. Hace una semana, los 350 euros que Carlos y Lidia mantenían reservados para el pago de la habitación que ocupan en el Paseo de las Palmeras desaparecieron.

Para completar sus exiguos ingresos, los jóvenes venden a las puertas de un supermercado los boletos de una lotería organizada por una asociación denominada Parados y Discapacitados de Andalucía. Mientras el pasado lunes se ocupaban, como a diario, de atender a sus clientes, alguien les sustrajo el dinero del alquiler.

“Ahora el dueño del piso nos ha dicho que si no tenemos dinero para pagar el mes, nos tenemos que ir antes del día 10”, se lamenta Carlos, mientras su pareja le observa resignada. Lidia está embarazada de cinco meses. Y ambos se dicen resueltos a acampar ante las puertas del Ayuntamiento si es necesario para conseguir que alguien les ayude.

Carlos y Lidia parecen dos personas vulnerables. Desde hace dos meses ocupan la habitación del Paseo de las Palmeras en una mudanza obligada. Durante diez días, ambos vivieron en una casa que se vieron obligados a abandonar: pagaron a alguien que ni tan siquiera era el propietario. “Se hizo pasar por el dueño, pero la casa no era suya y se quedaron con el dinero, así que los denunciamos”, explica el joven.

Las dudas de ambos, su fragilidad, las servidumbres de la discapacidad, las precarias condiciones en las que han de desenvolverse en la vida dibujan un retrato no necesariamente insólito en una ciudad marcada por la desigualdad. Según un reciente estudio, firmado por los sociólogos Carlos Rontomé y José Miguel Cantón, la sociedad ceutí caminaría hacia la escisión entre dos grandes grupos similares en tamaño: los pobres y los que no lo son. Más de la mitad de los pobres ceutíes tiene menos de 29 años. Como Carlos y Lidia.