Opinión

Valentín Morcillo, espejo de patriotas

El artículo que a continuación se consigna fue publicado por los medios de comunicación campogibraltareños en 2012. Su condición de reflexión urdida para la edificación y estímulo de las nuevas generaciones nos ha movido a reeditar su contenido con la pretensión de que resulte de público conocimiento.Los recientes procesos electorales vividos en el seno del PP y el PSOE justifican sobradamente la decisión de desempolvar un texto que nació con el propósito de  servir de espejo y guía a los jóvenes españoles. Su autor, el hispanista Samuel Snodgrass, lo incluyó en su celebérrima antología “Guía para patriotas en ciernes”, publicada por el Instituto de Estudios Campogibraltareños. El texto reza así:

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"Valentín Morcillo fue en vida, y aun después de su lamentado fallecimiento, una referencia moral para el parlamentarismo español moderno.

Pasaba Morcillo por ser un joven disciplinado. Adiestrado por sus mayores, participaba en las votaciones a las que era convocado, ovacionaba con entusiasmo las intervenciones de sus correligionarios y censuraba las de los rivales con un berrido propio, muy característico, cuya sonoridad sus compañeros de bancada celebraban entre pateos y coces. Pero, y esto atormentaba a Morcillo, nada de ello contribuía a la promoción de su incipiente carrera política.

De modo que decidió ir más allá.

Una mañana, mientras se debatía una proposición no de ley promovida por la minoría parlamentaria, los diputados advirtieron que Morcillo no se movía. Un estatismo antinatural se había apoderado de su persona. Ninguna mueca, ningún aspaviento, ningún pataleo. Y, lo que más inquietó a los inquilinos de los escaños vecinos, ningún berrido. Morcillo había renunciado a toda acción.

La extravagante actitud del diputado por Cádiz animó horas y horas de tertulia en la cafetería, en los despachos de los ministros, en el Salón de los Pasos Perdidos… Sus señorías concluyeron que el silencio y estatismo de Morcillo eran la expresión de una naturaleza superior y visionaria, la manera en la que había decidido mostrarse un talento providencial que ve más allá. De hecho, cuando Morcillo callaba parecía infinitamente más inteligente que cuando hablaba.

Si algún diputado le ofendía, él renunciaba a cualquier réplica. “Es un hombre de talante generoso y desprendido, incapaz de hacer uso de su superioridad intelectual para evidenciar la ignorancia del oponente”, comentaban en corrillo los padres de la patria. Y cuanto más callaba y menos decía, más mesurado y sabio parecía.

Era digno de verse el respeto con el que sus señorías asistían a la ceremonia que acompañaba cada paseo de Morcillo hasta la tribuna de los oradores. Debido a su quietismo militante, resultaba siempre necesaria la colaboración de dos ujieres para su traslado desde el escaño hasta el estrado, transportado en andas como un sillón orejero. Y allí se plantaba, sin agitar una pestaña y, por supuesto, tal y como todos esperaban, una vez acomodado tras el atril, no articulaba ni una sola palabra. Jamás discursos tan lacónicos obtuvieron aplausos más ensordecedores.

Ya anciano y reverenciado por la sociedad de su tiempo, el secreto de su éxito no tardó en ser revelado gracias a un acontecimiento casual, irrelevante en apariencia. Sucedió que la señora Laurencia, miembro del excelentísimo cuerpo de limpiadoras del Congreso de los Diputados, se dispuso a adecentar el hemiciclo en ausencia de sus señorías. Allí, en su escaño, y en la soledad del salón vacío, descansaba, inmóvil y ensimismado como siempre, nuestro glorioso representante. Laurencia se acercó y agitó al diputado, por determinar si se hallaba con vida. Y con el zarandeo, un ojo de vidrio se escapó de su cuenca para ocultarse, rodando, bajo la mesa de los taquígrafos.

Como, pese a todo, Morcillo no se movía, la limpiadora adquirió confianza y comenzó a manipular, ya sin miramientos, al padre de la patria, como quien da vueltas a una figura de porcelana para ver dónde se le acumula el polvo. Y en estas pesquisas andaba cuando observó cómo en la axila izquierda se abría lo que parecía ser un costurón del que asomaba el relleno. Dióle la vuelta al vecino más insigne de San Martín del Tesorillo y, para su sorpresa y admiración posterior de las opiniones públicas española y gaditana, descubrió grabada en su nuca con tinta indeleble la siguiente leyenda: “Hermanos Núñez. Taxidermistas. Fregenal de la Sierra. Badajoz”.

A imitación de Morcillo, y a la vista de tan admirable trayectoria, los cachorros de las juventudes del partido han comenzado a disecarse, en la creencia de que, como el diputado campogibraltareño, harán una provechosa carrera política con pensión vitalicia al fondo”.