Opinión

Abuso de autoridad

Opinión de Antonio Gil Mellado sobre el trato que dispensan a los ciudadanos algunos miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado

Control de tráfico (Archivo)
photo_camera Control de tráfico (Archivo)

Hace unos años, concretamente en 2016, publiqué un artículo titulado “La trampita en la N-352”. No se me olvida, ni a mí, ni a la gente víctima de esa trampa y que se contaban por cientos. En este artículo decía literalmente en su primer párrafo: “La DGT, o yo no sé quién, ha entendido que nuestra carretera N-352, en su tramo por la conocida carretera nueva, debe ser vigilada casi permanentemente por un vehículo de la Guardia Civil, de manera que cualquier vehículo que circule por ésta a más de los 30 Km/h de velocidad, a los que está limitada, sea multado”.

Decía de esa limitación que era una trampa para recaudar, la tildaba de innecesaria, que sólo tenía carácter confiscatorio, cuya finalidad no era dar seguridad a los viandantes, ni siquiera a los conductores. Y decía más: “Es un abuso en toda regla que se comete con los ciudadanos de Ceuta con nocturnidad y alevosía, es…, como dicen muchas de sus víctimas, un atraco, un asalto a lo Curro Jiménez, ni más ni menos”. En fin, aquello era un claro ejemplo de abuso de la administración.

Afortunadamente, aquella sinrazón solo es un vago recuerdo, aunque…, dependiendo de la época, salta a la palestra otro asunto. Otro por el que preocuparse y… es gracioso, todos tienen un denominador común, su “carácter disuasorio”. Manda huevos.

El asunto al que me referiré es totalmente diferente al primero y tiene que ver con el trato que dispensan a los ciudadanos algunos miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad en los distintos controles a los que se ven sometidos por algunos malos agentes. Es sorprendente el enorme número de quejas que hay acumuladas y son porque algunos de estos ‘servidores públicos’ dejan su impronta personal.

Actitud chulesca, falta de respeto, prepotencia y unos modos que nada tienen que ver con lo que debería ser. Me decía una víctima muy dolida que, en una ocasión, le dijo uno de estos agentes: “Te voy a multar, ya veré por qué” ¿Se lo pueden creer? Afortunadamente de estos ejemplares no abundan muchos, pero con que haya uno ya es suficiente. ¿Acaso estos singulares personajillos no han entendido para qué están? Que lo que tienen que hacer es que proteger y ser educados. En fin, estar formados.

Es evidente que son los mandos, sus jefes, los que tienen que poner fin a determinados comportamientos y, sus propios compañeros, no están exentos de responsabilidad cuando permiten que un descarriado ensucie el uniforme en su presencia. Los malos procedimientos, el despotismo no se pueden tolerar.

Estos abusadores, como siempre, prefieren a gente joven que elige la noche para salir. Ahí es cuando despliegan todos sus uniformados complejos revestidos de autoridad y se hacen sentir, ahí es donde se sienten poderosos y se crecen sin causa alguna, es… el éxtasis en cada registro, donde pueden convertir un simple sacacorchos en un arma blanca peligrosa.

¿Y qué se puede hacer? ¡Pregunté!  Y me respondió una víctima: “¡NADA!, ¿qué quiere, que me meta algo en el coche y diga que lo llevaba yo?”

Por favor, por favor… a los jefes, a los mandos, a los compañeros, tenéis algunas manzanas podridas entre vosotros, haced algo. El respeto, la educación no pueden faltar, los funcionarios públicos están al servicio de los ciudadanos. No olvidéis que un mal policía es peor que cien ciudadanos malos.