Opinión

Historias de la indignidad 2: Resistencia

Ya en el pasado mes de mayo, con su habitual clarividencia nos lo adelantó el maestro de periodistas Iñaki Gabilondo. Tras las elecciones de junio, Rajoy mejoraría sus resultados y acabaría por ser investido presidente del Gobierno con el apoyo incondicional de Ciudadanos y la sumisa y vergonzante abstención del Partido Socialista. Para los que aún creemos que la decencia debe ser un valor importante en la política, nos abochorna que el señor Rajoy, que en cualquier país europeo de tradición democrática le hubiera resultado imposible siquiera ser candidato por estar rodeado de la corrupción más pestilente, aquí en este país, no solo ha sido candidato, sino que además ha resultado ser el más votado, aun perdiendo muchos votos, y finalmente ha terminado siendo Presidente del Gobierno.

Nos produce un sentimiento, mezcla de risa y pena, los patéticos esfuerzos del señor Rivera por intentar vendernos un ciclomotor tan averiado que ni sus más fieles seguidores se lo creen, por mucho que lo intenten. Y resulta tan evidente que su único esfuerzo está puesto en sobrevivir algo más que Rosa Diez y su UPyD, que acabará, sin duda, engullido por el PP, cual Saturno que devora a sus hijos.

Pero sobre todo, para los ingenuos, que pensábamos que un partido fundado por obreros hace 138 años para mejorar sus condiciones de vida, jamás podría llegar a la ignominiosa actitud de apoyar de forma vergonzante a quien durante los últimos cinco años ha sumido en la miseria y la desesperación a millones de personas, les ha recortado la sanidad, la educación, la cultura, ha permitido que echaran de su casa a tantas y tantas personas con total impunidad y crea puestos de trabajo a mitad de precio, presumiendo encima de ello, mientras se han llenado los bolsillos de aquellos que los apoyan, ha resultado sumamente duro, doloroso y humillante que hayan escrito el episodio más abyecto, indecente, indigno e inmoral de su larga historia.

Visto que la decencia y la moralidad han desaparecido de la vida política española, sumidos en un mar de indignidad, unos y otros nos aferramos a un nuevo valor que sube enteros como la espuma. Este valor no es otro que el de la resistencia. El máximo exponente de la resistencia es el propio señor Rajoy. Lleva toda su vida resistiendo. Resistió ante sus compañeros de partido para que Aznar lo designara sucesor. Resistió durante los años de Gobierno de Zapatero, agarrado a las fuerzas más reaccionarias, fundamentalmente la Conferencia Episcopal. Y, finalmente, ha resistido sin inmutarse durante sus cinco años de Gobierno, especialmente durante el último, sin hacer nada, solo esperar y resistir.

Resiste el señor Rivera agarrado cual lapa al señor Rajoy antes que ese proyecto de éxito tan efímero se acabe derrumbando cual castillo de naipes. También aspira a resistir El señor Fernández y su gestora que cual teatro de marionetas cuyos hilos mueven los mal llamados barones, intenta alargar su interregno con la vana esperanza que a los militantes se les olvide el oprobio en el que han caído o, en su defecto, se den de baja. Esto les va a resultar completamente imposible, porque van a tener que pasar en breves fechas por otra nueva humillación. La de aprobar los presupuestos del señor Rajoy con sus nuevos recortes para los mismos, los de siempre, los trabajadores. Y la posterior subida de impuestos a los mismos a los del IRPF, a los del IVA, es decir, a los asalariados.

Por último estamos todos los demás, los que ni hemos apoyado, ni apoyamos, ni apoyaremos al señor Rajoy y sus políticas reaccionarias. No nos doblegaremos, pese a que hayamos sido traicionados por unas élites, que no se bajan del coche oficial, ni dejan de pisar la moqueta, mientras le entregan el gobierno a Rajoy a cambio de que los sostenga en sus pequeños reinos de taifas, si las cosas les vienen mal dadas. Son tan miserables y están tan ciegos que no se dan cuenta que cuando vayan a pedirle árnica a Rajoy para sus problemas su respuesta será, sin duda alguna, “Génova no paga traidores”. Desde luego, no desesperamos, y hasta que por fin se logre que la indignidad desaparezca de la política española y todos los que la han creado, apoyado o patrocinado desaparezcan en el baúl de los recuerdos, ahí, en esa batalla, estaremos. Mientras tanto, resistiremos.