Opinión

La máquina y el mecánico

Ceuta no habrá de buscar pactos que faciliten el gobierno de la ciudad. El partido ganador de las elecciones no se verá sometido a las acechanzas de los críticos, los fieros censores que surgen de la nada después de todo batacazo electoral (aunque la pérdida de más de 6.000 votos y cinco escaños rondará a los populares locales durante los próximos cuatro años como una presencia fantasmal). El PP de Vivas no sufrirá las inclemencias que azotan a la mayor parte de sus correligionarios en el resto del país.

Ceuta no habrá de buscar pactos que faciliten el gobierno de la ciudad. El partido ganador de las elecciones no se verá sometido a las acechanzas de los críticos, los fieros censores que surgen de la nada después de todo batacazo electoral (aunque la pérdida de más de 6.000 votos y cinco escaños rondará a los populares locales durante los próximos cuatro años como una presencia fantasmal). El PP de Vivas no sufrirá las inclemencias que azotan a la mayor parte de sus correligionarios en el resto del país.

Las voces contra Mariano Rajoy han comenzado a emerger tras la debacle del partido en las elecciones autonómicas y municipales. Es cosa común. La máquina de gestionar poder ha gripado y, después de tanto tiempo de silencio, los reproches comienzan a dejarse oír por doquier. No es un mal que emponzoñe solamente al PP. Es una de las características esenciales de los partidos políticos, tal y como hoy los conocemos. Está en su naturaleza.

Sin embargo, cuesta trabajo aceptar que las críticas contra las políticas de la dirección sólo se desaten cuando la organización siente su seguridad comprometida, cuando el suelo que tan firmemente la había sostenido se abre a sus pies. Las voces que claman por el cambio nada dijeron cuando (ya incluso antes de la llegada de Rajoy al poder, pero sobre todo durante su mandato) se decidió que la mejor manera de salir de la crisis era que todo el peso de los sacrificios recayera sobre los más débiles. Ni una palabra contra la depauperación de los salarios, la quiebra de los derechos sociales, la infamia de los desahucios, la corrupción galopante… No había lugar. La máquina funcionaba.

Pero ahora todos gritan y miran con recelo al mecánico.