Opinión

Los tormentos de la existencia

Alguien escribió que un político profesional no ha de resultar especialmente atractivo, ni singularmente inteligente, ni atesorar ninguna de esas gracias que distingue a los prohombres que conducen a los pueblos y a quienes se erigen estatuas en las plazas públicas. Y si alguien nadie lo escribió, alguien debería haberlo hecho.

Alguien escribió que un político profesional no ha de resultar especialmente atractivo, ni singularmente inteligente, ni atesorar ninguna de esas gracias que distingue a los prohombres que conducen a los pueblos y a quienes se erigen estatuas en las plazas públicas. Y si nadie lo escribió, alguien debería haberlo hecho.

Los partidos políticos tan sólo requieren a sus empleados una cierta disposición hacia la composición dramática, una caída de ojos convincente, esa manera de fruncir los labios tan seductora.

Los platós de televisión se han poblado de caballeros de verbo grácil y fluido, delgados como husos y de sonrisa franca y picarona, dedicados con entusiasmo a cantar las excelencias del partido, sus logros y esa determinación de hombre providencial que distingue al líder por encima del común de las criaturas con derecho a voto que pueblan la faz de la tierra.

Estos hermosos ejemplares de político, criaturas locuaces y convincentes que comparecen en nuestros plasmas entre anuncios de productos de higiene íntima y reclamos de ungüentos contra las callosidades, no son criaturas ajenas a nosotros. Quienes así se conducen son nuestros diputados, nuestros concejales, nuestros secretarios generales del partido. Esos mismos que, tras sus brillantes comparecencias de fin de semana en los programas televisivos de éxito, comparecen en el pueblo en ruedas de prensa que, sin el glamour que confiere la televisión, imprimen a sus discursos propiedades narcóticas que invitan a los periodistas locales a la dispersión y la somnolencia.

¿Es necesaria tanta propaganda? ¿Resulta indispensable someter a un individuo adulto a estos castigos? ¿Por qué nuestros contemporáneos  consideran edificante para la educación de los jóvenes dedicar dos horas y media a la gárrula cháchara de un empleado del partido adiestrado como un fox-terrier que danza sobre sus patas traseras? ¿Cuándo empezaron a tomarnos por idiotas?

La vida resulta demasiado hermosa como para abandonarse a estos tormentos.