Opinión

Cerebros

La suerte del futuro gobierno de España se decidirá a partir de la próxima semana. Hasta que se despeje el panorama, y entre tanto tumulto, haríamos bien en disfrutar del único espectáculo que, a modo de venganza, se ofrece al elector desencantado en estos días de ruido: el servil “papagayismo” con el que compiten los políticos locales por reproducir las consignas de sus respectivas direcciones en Madrid. La inteligencia al poder.

La suerte del futuro gobierno de España se decidirá a partir de la próxima semana. Hasta que se despeje el panorama, y entre tanto tumulto, haríamos bien en disfrutar del único espectáculo que, a modo de venganza, se ofrece al elector desencantado en estos días de ruido: el servil “papagayismo” con el que compiten los políticos locales por reproducir las consignas de sus respectivas direcciones en Madrid. La inteligencia al poder.

La coherencia ideológica resulta consustancial a toda organización política. Nada que objetar. Inevitablemente, un partido ha de forjar mensajes congruentes con los principios que inspiran su existencia y su vocación de permanecer, consignas que, más o menos fielmente, han de defender todos aquellos que comparecen en la escena pública en representación de la institución.

El problema se produce cuando esta coherencia en la comunicación es interpretada por los cuadros inferiores del partido como una obligación de literalidad. Es cuando el dirigente del partido en el pueblo se ve obligado a reproducir palabra por palabra cualquier manifestación pública de sus superiores, ya sea ésta el reflejo de una profunda y sosegada reflexión, ya sea una memez colosal. De éstas últimas tenemos, para nuestra desgracia, conspicuos y numerosos ejemplos.

Nada más triste que un político de provincias repitiendo un lugar común que ni siquiera es idea suya. Pese a todo, y observado desde una perspectiva desprejuiciada, no deja de ser un espectáculo que procura no poco divertimento. Evoca aquellas visitas infantiles al zoológico en las que, tras las rejas en las que se hallaban confinados, los simios reproducían los gestos de los humanos que acudían a observarles con un cucurucho de altramuces en las manos.

Se echa de menos el uso del cerebro autóctono.