Opinión

Impenetrabilidad

La impenetrabilidad de los cuerpos es aquella propiedad física de la materia que impide que un cuñado de visita atraviese la puerta de nuestro domicilio mientras le vigilamos angustiados a través de la mirilla. Esta cualidad también tiene su correlato moral. Sin ir más lejos, el presidente de la Ciudad, Juan Vivas, resulta intelectualmente impenetrable.

La impenetrabilidad de los cuerpos es aquella propiedad física de la materia que impide que un cuñado de visita atraviese la puerta de nuestro domicilio mientras le vigilamos angustiados a través de la mirilla. Esta cualidad también tiene su correlato moral. Sin ir más lejos, el presidente de la Ciudad, Juan Vivas, resulta intelectualmente impenetrable.

Descubiertos los más recónditos poblados africanos, hollada la superficie lunar, profanadas las profundidades abisales, lo más cercano a una auténtica aventura que queda a nuestro alcance en estos tiempos es adentrarse en el pulcro despacho de la primera autoridad municipal para entrevistar a su inquilino.

Vivas es un hombre aseado, hospitalario y desusadamente amable. La espaciosa estancia en la que atiende las responsabilidades diarias de su condición está austeramente amueblada, con vitrinas abarrotadas de bibelots más o menos kitsch recibidos como premio o distinción de manos de las más diversas instituciones (una escoba plateada anclada en una peana de madera hace dudar al visitante de si, como reza una diminuta inscripción en su base, estamos ante un galardón a la eficacia de los servicios de limpieza municipales o ante un souvenir fabricado con motivo de la celebración en el salón multiusos del Palacio de la Asamblea de un congreso de brujas). Las cortinas, como suele suceder en las dependencias oficiales, son horrorosas.

Obviando estos apuntes, más propios de una revista de decoración e interiorismo, resulta necesario subrayar lo que más arriba se constataba: Vivas es un hombre impenetrable. El manido aforismo de que cada individuo es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios es, en el caso del presidente de Ceuta, una guía de comportamiento. El primer mandatario municipal transita por las veredas más expeditas sin osar aventurarse en los fangales; se pierde en vericuetos que agotan al interlocutor quien, vencido, se entrega como el alcaide de una fortaleza tras seis meses de asedio; abunda en adjetivos y perífrasis que ejercen sobre el oído escasamente entrenado unos fulminantes efectos narcotizantes.

Un talento de este carácter ha de resultar en extremo eficaz para adentrarse en el proceloso y cainita mundo de la política profesional, no cabe duda. Constituye, sin embargo, un obstáculo para quienes aspiran a conocer qué bulle realmente en las cabezas de quienes nos gobiernan.