Opinión

Rajoy no trepó

Desde que comenzaron a desaparecer las cabinas telefónicas, Clark Kent ya no pudo volver a ser un superhéroe discreto. Ahora, el alter ego de Supermán se ve obligado a enfundarse sus mallas a la vista de todos, sin ese recato y privacidad que se deberían garantizar a quien está dispuesto a salvar al mundo. No hay mayor desdoro para una sociedad que someter a sus salvadores al escarnio del desnudo público.

Desde que comenzaron a desaparecer las cabinas telefónicas, Clark Kent ya no pudo volver a ser un superhéroe discreto. Ahora, el alter ego de Superman se ve obligado a enfundarse sus mallas a la vista de todos, sin ese recato y privacidad que se deberían garantizar a quien está dispuesto a salvar al mundo. No hay mayor desdoro para una sociedad que someter a sus salvadores al escarnio del desnudo público.

No deja de ser una presunción, pero resultaría lícito imaginar la estupefacción, primero, y la justa indignación, seguidamente, de un Mariano Rajoy recién llegado a la Plaza de África que no halla lugar a cobijo de las miradas indiscretas donde poder despojarse de las prendas que identifican al presidente del gobierno en funciones. Clark Kent conoce ese oprobio.

Comoquiera que el mundo es para los osados, Rajoy, en un alarde de clarividencia, resolvió que sus dos personalidades convivirían con las mismas galas mundanas. Cierto es que con esta decisión se hacía imposible, incluso para el ojo más entrenado, distinguir al gestor público eficaz, honrado y sobresaliente del candidato dinámico, sensato y riguroso. Era como si Peter Parker, despedido del Daily Bugle víctima de un expediente de regulación de empleo, acudiera a la cola del paro ataviado con las mallas rojas y azules de Spiderman. Un contradiós pues, ¿cómo discernir quién es el héroe y quién el hombre?

Rajoy salió del paso estupendamente, hasta el punto de que no hubo ser humano capaz de precisar en qué momento el presidente de gobierno en funciones dejó paso al candidato. Habría ayudado mucho que, en un ejercicio de transparencia, el político popular hubiese trepado por la fachada del Muralla. Ahí, ahí está el candidato, se habrían confiado entre susurros los testigos del prodigio. Pero no trepó, no.