Opinión

Una reflexión

El Estrecho de Gibraltar no es plegable ni desmontable ni transportable a voluntad. De ser así, alguno de los talentos desvelados por la Operación Púnica ya lo habría pasaportado a la República de Vanuatu, o a cualquier otro paraíso fiscal, con el propósito de venderlo a un magnate ruso. Pero el Estrecho está ahí y no puede obviarse.

El Estrecho de Gibraltar no es plegable ni desmontable ni transportable a voluntad. De ser así, alguno de los talentos desvelados por la Operación Púnica ya lo habría pasaportado a la República de Vanuatu, o a cualquier otro paraíso fiscal, con el propósito de venderlo a un magnate ruso. Pero el Estrecho está ahí y no puede obviarse.

Hasta el menos dotado de los asesores del Gobierno local será capaz de advertir que el Estrecho de Gibraltar, en su condición de confluencia entre dos mares, es inatacable: no existe empresa del sector de la construcción, por muy amiga del partido que sea, capaz de desecar tanta agua y tan salada.  

Aunque ésta pueda reputarse como una reflexión propia de los alcances de un asesor municipal, no deberíamos menospreciar su valor. En el ejercicio intelectual que pretendemos, establecer lo obvio no es sino el paso previo al planteamiento de la cuestión, a la sustancia del intríngulis, a la pregunta que uno ha de hacerse de manera inexcusable: ¿estamos condenados al aislamiento cada vez que sople el levante con una cierta reciedumbre? ¿No disponemos de medios en pleno siglo XXI para solventar los inconvenientes de una tormenta, para no condenar a personas y bienes al bloqueo, para ofrecer una imagen al exterior que no nos presente como aquel lugar del mundo que colinda con el hueso sacro?

Es evidente que el otro lado del Estrecho de Gibraltar sigue estando ahí. Pero a veces, sobre todo cuando azota severo el levante, podría pensarse que de este lado no hay nada. Algún que otro asesor municipal, eso sí. Pero, en esencia, nada.