Opinión

La Embajadora

Parece sacado de una película americana. La embajadora de Marruecos en España, saliendo del despacho de nuestra ministra de Exteriores y diciendo esa frase plúmbea, casi filosófica: “Determinadas decisiones tienen consecuencias”. Y ya está. Como si fuera catedrática de filosofía. Eso si, de filosofía macabra.

Vamos a suponer que se refería al ingreso en un hospital de Logroño del jefe del frente polisario, aquejado de coronavirus y que casi se muere. El gobierno de España, para no llamar la atención, lo ingresa con un nombre ficticio. Típico de España, porque lo de usar identidades falsas para proteger a determinadas personas lo hacen todos los países, sólo que no los descubren, pero España es así, diferente, única, desconcertante.

Pero ante esa decisión, las consecuencias que para la embajadora se provocan desde la perspectiva de su aplastante lógica, pertenecen al mundo de los faraones. Porque si a ella le parece normal que el país al que representa, planifique que miles de niños se arrojen al mar, con riesgo cierto de morir ahogados o de hipotermia, como respuesta a un supuesto desaire o agravio del gobierno español, es porque a la embajadora le falta juicio o a su país le trae sin cuidado la vida de sus ciudadanos. Eso no es una consecuencia de ninguna decisión de España, más o menos acertada, sino la definición más clamorosa de lo que el gobierno marroquí es en realidad.

Ahora toca juzgar, porque lo que se pone en cuestión no es cuestionable. Ningún país serio del mundo, puede poner en una misma balanza a España y a Marruecos, porque comparar una democracia moderna con un régimen de difícil calificación, no es ecuánime.  Marruecos debería comprender que no puede pretender acercarse a Europa sin dar pasos inequívocos en homologar sus instituciones a los estándares europeos.

Podemos entender las singularidades culturales e históricas de nuestro vecino del sur, con el que seguimos queriendo estrechar lazos de amistad y cooperación, pero entender eso no es lo mismo que comulgar con ruedas de molino. Los hechos hablan por si solos, y un país que muestra tal desprecio por sus ciudadanos, más si son niños, debería ser más humilde y menos arrogante, porque la Unión Europea no podrá aceptar jamás como socio a quien vulnera, con un exhibicionismo insultante, los derechos humanos.

Señora embajadora: estamos seguros que usted jamás empujaría a sus hijos al mar, porque por fría y calculadora que parezca, una madre nunca haría eso. Esos miles de niños a los que su gobierno alentó a hacer esa locura, tienen madres, madres desesperadas ante la falta de oportunidades que su gran país les niega. Déjese de frases huecas y póngase en el lugar de los demás, de los suyos, si es que así los considera, y sepa que el mundo la ha oído y que por sus palabras, su país ha quedado en entredicho. Tal vez no de repente, pero sí más pronto que tarde.