Opinión

El sombrero de papel

“Erase…que se era…”, en un país imaginario, (ya que si fuese real no sería imaginario), donde los días siempre eran largos y las noches profundas y del que ya casi nadie recuerda su nombre. ¡Se había olvidado! Porque el sentido de la historia, que es lo que define a una nación hacía tiempo que se había ocultado. Una ley de educación interesada políticamente había conseguido  que la gente del rebaño solo supiera lo que debían saber. ¡La dictadura del pensamiento único estaba sólidamente implantada!. Y en este país imaginario donde de repente lo que la gente podría ver como real, se daban cuenta de que también de repente no era real porque la propaganda que su sombrero imponía, había alcanzado el culmen de su éxito. ¡Era la ingeniería social impuesta de arriba abajo!, y que les enseñaba que nada tenía que ver con la realidad de lo que veían y sentían, sino que todo debía ser únicamente tal y como la meticulosa ideología de una política social dirigida, les contaba.

Y esta sociedad de ciudadanos, conocida ya como rebaño, coexistía una ciudadanía más satisfecha de sí misma que el mono que consigue un plátano para sí solo y en ella, sin tener nadie verdaderamente nada eran felices. Eso si…todos sus ciudadanos tenían la obligación de llevar todos los días un gorro de papel que para ellos se fabricaba todos los días. Este gorro de papel era mágico, ya que en las letras impresas de su papel se les decía lo que tenían que pensar y además… ¡Cómo!. Los que dudasen de sus mensajes eran rápidamente silenciados. Cualquier duda era considerada un delito y se les aplicaba la razón de estado como justificación. Era la terrible ley del rebaño, es decir, todos aquellos que discrepasen o destacasen por arriba o abajo debían ser apartados o eliminados. Para ello existían las dirigidas masas de acoso. ¡Y así pasaban los días tan plácidamente para el rebaño social!.

En este rebaño social el poder era la ley, por lo que solo se dictaban decretos leyes para regirlos. Leyes que se aplicaban por una justicia servil al poder. Al rebaño le daba igual. Los satisfechos podían disfrutar de una renta mínima vital, que les permitía comer algo todos los días y tampoco necesitaban nada más. El número de ciudadanos estaba limitado. Porque también en ella se limitaba la natalidad, considerando el aborto como una simple vida real abocada al olvido. La pena de muerte se había recuperado, solo se cambiaba su nombre por el de “Eutanasia”, con ello se ahorraba el montón de dinero que por otra parte los medios paliativos del dolor exigían. La propiedad en esta sociedad había desaparecido, solo existía el dinero ficticio, que un único banco estatal regulaba. La vida solo era aceptada por su utilidad y de esta manera los ancianos eran prescindibles una vez acabada su vida activa. La aparición de una pandemia facilitaba enormemente su desaparición. La policía solo defendía el poder establecido…nada más. Y así… todo el rebaño era feliz… ¡Que más podían desear!

Y el papel de estos obligados e imprescindibles sombreros de papel, era fabricado diariamente por unos pocos chamanes, que ocultos es sus despachos los dirigían y construían. Sin embargo, estos chamanes no eran libres ya que dependían de los recursos que para ello, otros demiurgos dirigentes les otorgaban continuamente, siempre que obedeciesen sus órdenes. Pero que nadie crea que estos demiurgos terrenales eran los más poderosos... ¡No…! Por encima de ellos existían otros mucho más poderosos, conocidos como la elite plutócrata mundial, quienes mediante su inmensos recursos económicos les daban dinero dejándoles caer en ingentes deudas que superaban con mucho los propios recursos naturales que el rebaño podría producir. Era lo deseado… una sociedad endeudada del ficticio dinero. Endeudada hasta el punto de no poder pagar, solo vivir “in aeternum” para pagar únicamente sus intereses, ya que esto era el gran beneficio buscado por los plutócratas. ¡Siempre es magnífica la seguridad que da un deudor obligado a pagar siempre, sin poder nunca satisfacer su deuda!

Y así, en esta idílica sociedad del rebaño, solo existían dos problemas. Uno era el tiempo, ya que cuando llovía se mojaban los gorros de papel y se deshacían, por lo que las gentes podían pensar libremente. Este problema se solucionaba rápidamente con la creación de nuevos gorros, que inmediatamente les reconducía de nuevo al pensamiento único. El único riesgo, que solo se podría producir, es que cuando esa bomba de relojería que todos llevamos dentro en la cabeza, estallase algún día rebelándose contra la pacifica sociedad de pánfilos y pánfilas de rebaño impuesto que disfrutaban, acabase con todo. ¡Pero eso…tardará todavía mucho…mucho tiempo!.

De esta manera, el rebaño social era y fue feliz muchos…muchísimos años. Y también aquí se acaba el… ¿Cuento…? De este país… ¿Imaginario…?, que no existe porque si existiera no sería imaginario.