Opinión

El arte de la guerra

Situémonos por un instante. China, período comprendido entre el siglo V a.c., hasta el III a.c., llamado también el período de los Reinos combatientes. Es en este período donde siete grandes estados habían ganado cierto poder e independencia gracias a las acciones de sus correspondientes Señores de la Guerra, que llevaron a cabo notables campañas militares y diplomáticas para poder anexar poco a poco estados más pequeños de su entorno. Los Reinos o, mejor dicho, dinastías de  Qi, Chu, Yan, Han, Zhao, Wei y Qin se disputaban el poder.

Situémonos por un instante. China, período comprendido entre el siglo V a.c., hasta el III a.c., llamado también el período de los Reinos combatientes. Es en este período donde siete grandes estados habían ganado cierto poder e independencia gracias a las acciones de sus correspondientes Señores de la Guerra, que llevaron a cabo notables campañas militares y diplomáticas para poder anexar poco a poco estados más pequeños de su entorno. Los Reinos o, mejor dicho, dinastías de  Qi, Chu, Yan, Han, Zhao, Wei y Qin se disputaban el poder.

El proceso desatado en ese período es francamente apasionante por muchas razones. Las luchas y guerras entre estados independientes, los pactos entre facciones afines, el ascenso de una de esas dinastías como fuerza hegemónica desproporcionada que requirió una gran coalición de los otros seis estados para intentar frenar su expansión, desembocó en la unificación de China a manos de la dinastía Qin en el año 221 a.c. Toda esa ebullición política, diplomática y militar posibilitó que se gestara unos de los tratados militares más famosos de la historia a manos del maestro Tsun. “El Arte de la Guerra”.

Poco podía soñar Tsun Tzu que casi dos mil quinientos años después, las conclusiones y enseñanzas de su texto explicarían la política de facciones enfrentadas que intentarían lograr el control y unificación de una tierra del sol poniente donde el reino del té, el arroz y la soja dejaría su papel protagonista en favor reino del olivo, el marrano ibérico y el vino de Rioja. Dicho botín justifica, sin duda, la utilización política de las referidas tácticas militares. Hagamos un breve pero ilustrativo repaso.

En primer lugar, definamos el tablero. La aplicación de la estrategia militar requiere ejércitos que la utilicen, porque a falta de un ejército estamos en presencia de escaramuzas, de movimientos de resistencia, de unidades menores que podrían tener su influencia en mayor o menor medida, pero nada más. Antes de las elecciones del 20 de diciembre, los dos principales ejércitos estaban representados por populares y socialistas. Hoy el tablero está dominado por cuatro ejércitos, de diferente tamaño: Partido Popular, Partido Socialista, Podemos y Ciudadanos. Esos Reinos Combatientes tienen objetivos estratégicos y objetivos tácticos para conseguir los estratégicos, pero siempre orientados a un fin primario: el poder.

La premisa básica del arte de la guerra es la siguiente: “El arte de la guerra se basa en el engaño”. Los cuatro oponentes, sin excepción, son merecedores de esta verdad que, por otra parte, es la base de la negociación. Se pide lo imposible, se establecen líneas rojas inviolables, se muestran posturas inamovibles, se manifiestan enemistades irreconciliables, cuando la verdad no tiene nada que ver con todo ello. Cuando llega el momento en que el poder está al alcance, las líneas rojas y las posturas se desplazan lo necesario para adaptarlas al acuerdo, pues de otro modo el objetivo último jamás se conseguiría. Cabe preguntarse si el engaño es compatible con el sentido común, y la respuesta es no. El engaño se detecta al instante porque su simple enunciado choca de frente con la lógica del acuerdo. Por tanto todos saben que el engaño existe, pero precisamente porque todos lo saben nadie quiere tener la desventaja de mostrar la verdad desnuda en su enunciado, y todos participan de ese gran teatro. Es la socialización de la mentira como parte del enfrentamiento.

“El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.”  Esta verdad está al alcance de muy pocos, sólo de los fuertes. Es la estrategia que presumiblemente está siguiendo el PP. Su aparente inactividad (aparente porque no hay que olvidar la primera premisa del engaño) tiene su razón de ser. Ya le ha dado la razón en otras ocasiones, sin ir más lejos en la aparente inacción que tuvo en el problema del independentismo catalán, que parecía una hecatombe inminente y que por su propio peso se ha ido desinflando, al menos hasta el próximo asalto. Este “arte” requiere, como he dicho, una fortaleza real del ejército, una fuerza que dan las urnas como primera fuerza política. Sería un suicidio que una fuerza débil la aplicara. La inacción se complementa con esta otra premisa que dice “Se debe ponderar y deliberar antes de hacer un movimiento. Conquistará quien haya aprendido el arte de la desviación. Tal es el arte de las maniobras.”

“Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas”. Aquí podemos ver perfectamente que tanto Ciudadanos como el PP están poniendo en práctica esta forma de actuar. Han dejado campo a que la propia dinámica del adversario les avoque a un callejón sin salida, que sus propios engaños y cálculos imposibles hablen por sí solos. Inicialmente, dar vía libre al adversario te pone en una posición de desventaja, pero si tienes la certeza del desenlace inviable, terminará fortaleciendo tu postura, máxime si tenemos en cuenta la siguiente premisa. En otras palabras, dale soga a tu enemigo y que él mismo se ahorque.

“Luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo. “ Esta lucha, que es la que fundamentalmente está llevando a cabo PSOE con Podemos, supone un desgaste que las otras fuerzas esperan que pase factura, que PP se intenta evitar de momento y en la que Ciudadanos entra esporádicamente dentro de sus limitadas pero robustas opciones. Es evidente que la lucha cara a cara tarde o temprano terminará por aparecer, pero el hecho de retrasarla lo máximo posible hace que tu desgaste sea menor.

“Maniobrar con un ejército es ventajoso. Maniobrar con una multitud indisciplinada, es peligroso.” Esta realidad es la que puede pasar factura a Podemos e incluso al PSOE. Podemos tiene el gran lastre de su indisciplina interna. La gran cantidad de grupúsculos que conforman la candidatura de Podemos y la radicalidad  innata de sus postulados hace que una corriente antisistema muy potente esté siempre presente en su forma asamblearia de organización, y eso juega en su contra. Tiene la ventaja de que el impulso inicial de esa rebeldía contra el sistema, esa radicalidad cohesionada es arrolladora, y a la vista están sus resultados electorales. Pero tiene la gran desventaja de que a poco que pase el ímpetu inicial, el debate sobre acuerdos programáticos, la negociación sobre formas prácticas de gobierno, sobre medidas razonables de aplicación a la política hacen que choque con su ideario radical, e inmediatamente la “multitud  indisciplinada” de la que bebe su fuerza alce la voz y divida las filas. De hecho es un problema que ya se está manifestando tanto en Galicia como en Barcelona. Con el PSOE ocurre a otro nivel. Es evidente que Pedro Sánchez no goza de un apoyo unánime e incondicional dentro de su partido, con  muestras constantes de desaprobación por muchos de sus barones. Los devaneos con los postulados secesionistas de Podemos le están pasando factura, y lo que inicialmente sería un gran ejército, podría convertirse en un puzle frágil. La disciplina interna de un ejército es vital si se quiere alcanzar la victoria.

“Es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo”. Esta es la táctica más evidente que está usando Ciudadanos en la negociación. Su posición de cuarta fuerza requiere adoptar una estrategia muy concreta y con poco margen de actuación. Intenta abogar por un acuerdo dentro de su espectro ideológico más próximo, que no es otro que la centralidad y el sentido común, exponiendo puntos de coincidencia y no cerrando ninguna puerta. Es curioso observar que incluso su enemigo natural, Podemos, no es excluido de su ecuación, toda vez que se limita a manifestar su oposición y rechazo al peligro que supone su afinidad con los independentistas, pero que admite que en temas puntuales en los que coincidieran ambas formaciones se podría llegar a acuerdos. Esta forma de aplicar la estrategia militar, intentando no fomentar la destrucción del adversario, es inteligente y recomendable.

“Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.” Esta enseñanza que no sólo es aplicable militarmente sino a cualquier aspecto de la vida, es fundamental en este tablero político. Muchos pueden pensar que las nuevas formaciones políticas que han aparecido en la conquista del poder nacional no tienen la experiencia necesaria para poder llevar a cabo una lucha efectiva. Sin embargo el mayor peligro que corren Ciudadanos y Podemos respecto a PP y PSOE no es no conocer a los demás, puesto que hoy sabemos perfectamente quién es quién de la vieja política, qué proponen y quiénes la componen. Su verdadero problema es no conocerse bien a sí mismos, no calibrar bien sus virtudes y sobre todo sus debilidades. Es el desconocimiento propio, más que el ajeno, el que podría pasar factura a las fuerzas emergentes. A su vez, esta premisa estratégica implicaría que ese desconocimiento del adversario también podría descolocar al bipartidismo tradicional, no sabiendo calibrar bien PP y PSOE la verdadera fortaleza de las fuerzas emergentes por el desconocimiento de a qué se enfrentan. El ejemplo más claro de desconocimiento de uno mismo es la referencia anterior a los peligros de división interna de Podemos. Corren peligro de sobrevalorar sus capacidades e infravalorar sus “voces internas”. En cuanto a Ciudadanos, es frecuente escuchar opiniones referentes a su indefinición ideológica como partido, a que no acaba de definirse de izquierdas, o de derechas, y que no saben muy bien quiénes son, llegando a la conclusión errónea de que no se conocen a sí mismos y que eso les puede resultar perjudicial.

Ante esto último, creo que se manifiesta uno de los vicios más preocupantes de la democracia de nuestro país: la ideología. A mi modo de ver, y en la medida en que expongo mi opinión personal eximo a Tsun Tzu de responsabilidad alguna por las siguientes palabras, hoy en día la política requiere menos ideología y más sentido común. No olvidemos que la clásica definición de izquierda y derecha tuvo su explicación social como origen en la Revolución Francesa, y posteriormente tomó fuerza con la Revolución Industrial y la aparición del movimiento sindical. Esa constante dicotomía es una lacra que procede del maniqueísmo más primitivo, de la lucha del bien contra el mal, blanco o negro, y que se fue transformando en progreso frente a conservadurismo, en tradiciones frente a la modernidad, en malos contra buenos, en ricos contra pobres, en monárquicos frente a republicanos, en unos contra otros. El hecho de que exista una obligación casi moral de tener una definición concreta ideológica es un lastre para nuestra inteligencia, que te califica inmediatamente y te enmarca en una posición social que es excluyente de todo aquel que no se identifique con esa etiqueta. Los problemas a los que se enfrenta la sociedad no son dicotómicos, son problemas multidisciplinares, globales, y requieren soluciones lógicas, prácticas, que usen el sentido común, no la ideología ni la religión, ni dogmas partidistas. Por esa razón, considero que el hecho de que un partido se niegue a encuadrarse taxativamente dentro de un pensamiento cerrado no es una indefinición ni una debilidad, sino que es una gran ventaja en nuestros tiempos porque es lo que la sociedad necesita y porque le da libertad a la inteligencia del ser humano.

Con ánimo de ir concluyendo, España está en guerra política. El botín, amén de los manjares a los que me referí al principio, somos nosotros. Por esta razón la guerra no debería sernos indiferente, sino que tendríamos que sentir la obligación como personas de saber qué ocurre en esa guerra y de valorar las acciones de cada uno, porque el fruto de todas esas acciones va a definir nuestro futuro. Es probable que se llegue a pactos entre las escasas fórmulas posibles, y hay quienes opinan que unas nuevas elecciones son inevitables, para desgracia del país en todos los aspectos. El hecho de que se produzca una u otra vía dependerá exclusivamente de las estrategias de todas las fuerzas políticas. Quienes se enroquen en sus posiciones férreas, esperarán como agua de mayo que lleguen esas nuevas elecciones en la idea de que les beneficiarán electoralmente y mejorarán sus resultados, como es el caso de Podemos y en menor medida, PP. Quienes prevean una debacle, procurarán quemar sus naves haciendo malabarismos a toda costa, cediendo hasta límites insospechados, como en el caso del PSOE. Y quienes tienen poco que perder y mucho que ganar, intentarán que todos entren en razón, como el caso de Ciudadanos.

La ciencia, la tecnología o el pensamiento humano han evolucionado notablemente a través de los siglos. Sin embargo la aplicación de la estrategia militar ha sido asimilada desde el primer momento por la humanidad. Sea cual sea la actividad que desarrollemos como especie, incluyendo la política, nuestro instinto de enfrentamiento lo tenemos muy presente.