Opinión

Piedras

Las agresiones sufridas por bomberos y policías locales a manos de grupos de jóvenes violentos en Arcos Quebrados han vuelto a evidenciar las inusuales condiciones en las que algunos funcionarios públicos se ven obligados a desempeñar su labor. La incapacidad que a lo largo de los años han mostrado las autoridades para poner fin a los apedreamientos de bomberos, policías y empleados de la limpieza ha de constituir motivo de reflexión.

Las agresiones sufridas por bomberos y policías locales a manos de grupos de jóvenes violentos en Arcos Quebrados han vuelto a evidenciar las inusuales condiciones en las que algunos funcionarios públicos se ven obligados a desempeñar su labor. La incapacidad que a lo largo de los años han mostrado las autoridades para poner fin a los apedreamientos de bomberos, policías y empleados de la limpieza ha de constituir motivo de reflexión.

Un problema de orden público como éste debería haberse solucionado hace mucho tiempo. La inadmisible práctica de apedrear a los trabajadores de los servicios públicos, sin embargo, ha sido asumida por los jóvenes de algunas de las barriadas más desfavorecidas como una suerte de ceremonia de iniciación. Apedrear a las personas que atienden los servicios a la comunidad parece ser su peculiar manera de reafirmar una identidad diversa, enfrentada al “sistema”.

La responsabilidad de la policía es la de acabar con estas agresiones y poner a disposición de la justicia a sus autores. Quienes son responsables han de responder de sus actos.

Pero más allá de una alteración del orden, deberíamos entrever en estos comportamientos incívicos un síntoma. Si adoptamos este enfoque, si penetramos en las causas últimas de unas conductas inaceptables pero características de una sociedad diversa y, sobre todo, compleja, quizás consigamos que la próxima generación de jóvenes no halle razones para creer justificable lo que no lo es.