NO EXISTEN DATOS SOBRE EL NÚMERO DE PEQUEÑOS EXTRANJEROS QUE ESTUDIAN EN LA CIUDAD

Las autoridades dudan qué hacer con los niños marroquíes escolarizados ante la perspectiva de dejarles sin educación

La presencia de estos pequeños en las aulas es un secreto a voces. Mientras el Gobierno de Melilla brama por depurar a los niños irregularmente matriculados, en Ceuta se valora el daño que se causaría a los alumnos al privarles de su derecho a la educación. 

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photo_camera Niños a la entrada del colegio Príncipe Felipe (C.A./ARCHIVO)

La caja de los truenos se abría esta semana a centenares de kilómetros de Ceuta. El presidente de la Ciudad de Melilla, Juan José Imbroda, denunciaba públicamente lo que presentaba como un problema para el sistema educativo local: la matriculación en centros escolares de niños marroquíes que residen en el país vecino.

Imbroda ha llegado a alertar del inicio de un proceso de “marroquinización” de la ciudad, unas manifestaciones que han sido inmediatamente reprobadas por la Delegación del Gobierno.

Días antes de la soflama de Imbroda, las dudas sobre la existencia de matriculaciones irregulares de pequeños marroquíes en distintos centros escolares ya habían sido motivo de reflexión de las autoridades educativas ceutíes. Los problemas de acceso al colegio “Príncipe Felipe”, ocasionados por las obras en la nacional 352, ponían sobre la mesa las dificultades que encontraban para llegar al colegio esos niños presuntamente matriculados en el centro a pesar de residir en Marruecos.

A preguntas de la prensa, y sin reconocer oficialmente la existencia de esas matriculaciones irregulares, el director provincial de Educación, Javier Martínez, se limitaba a argumentar que su departamento no podía poner en duda los certificados de empadronamiento expedidos por la Ciudad. “Si luego no viven en Ceuta sino en Marruecos, es problema de ellos”, afirmó entonces.

Más explícito se mostraba días más tarde el consejero de Educación, Javier Celaya. “En el Príncipe Felipe hay un volumen importante de alumnos que viven al otro lado de la frontera”, confirmaba Celaya. El consejero defendía la pulcritud y rigor de los controles del padrón municipal. “Lo cierto es que cuando se solicitan los certificados es en el momento de la primera escolarización; a partir de ahí ya no se revisa”, ilustraba el consejero quien, a continuación, incidía en el que quizás sea el principal problema que genera esta situación. “Una vez que esos alumnos están integrados en sus grupos, ejercer una especie de persecución para determinar quiénes son y privarles del derecho a la educación siendo menores resulta algo duro”, reflexionaba, muy lejos de la línea argumental mantenida por Imbroda.

Lo cierto es que la existencia de niños marroquíes que residen en su país y estudian en los colegios ceutíes es un secreto a voces. Los docentes reconocen que no existen datos que reflejen fehacientemente cuál es la presencia de estos pequeños en las aulas.

Según explican quienes están más familiarizados con el fenómeno, la mayoría de estos pequeños son hijos de padres a los que la crisis expulsó de distintas ciudades españoles en las que habían conseguido establecerse. La penuria económica les hizo regresar a Marruecos, aunque con una parada previa en Ceuta, donde, aprovechando su permiso de residencia, se empadronaron en la ciudad. También los hijos de las empleadas de hogar transfronterizas engrosan esta nómina de niños marroquíes educados en los colegios ceutíes.