El Sahel en crisis (I)

Las consecuencias humanitarias y de seguridad de la migración desde el Sahel hacia España y Ceuta

Ante el reto humanitario de seguridad y de integración, para nuestro país y nuestra ciudad, es necesario elevar el nivel de alerta de ciudadanos y políticos y pedir responsabilidad de Estado a aquellos que libremente han decido gobernarnos porque, nos guste o no, la Guerra no entiende de vacaciones

subsaharianos cruzan por el barrio Chino a Melilla

El Sahel ha convulsionado después del 26 de julio de 2023, cuando se produjo un golpe de Estado en Níger, uno de los países más pobres y vulnerables de la región. Un grupo de soldados de la guardia presidencial detuvo al presidente Mohamed Bazoum, elegido democráticamente en 2021, e instauró una junta militar liderada por el general Abdourahamane Tchiani. Esta situación, pública y notoria, ha agravado la inestabilidad del Sahel, una zona afectada por el terrorismo, el cambio climático, la pobreza y los conflictos armados.

El Sahel, una franja de tierra que se extiende desde el Atlántico hasta el mar Rojo, es una de las regiones más pobres y conflictivas del mundo. Sus habitantes sufren las consecuencias del cambio climático, que ha provocado sequías, hambrunas y desertificación. También padecen la violencia de grupos armados, que se disputan el control de los recursos y el territorio. El golpe de Estado en Níger ha sido el último episodio de una larga serie de crisis políticas e institucionales que han sacudido al Sahel en las últimas décadas.

La migración desde el Sahel hacia Europa no es un fenómeno nuevo, sino que se remonta a décadas atrás. Sin embargo, en los últimos años se ha intensificado debido al deterioro de las condiciones de vida y seguridad en los países de origen. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entre 2014 y 2020 más de 1,3 millones de personas procedentes del Sahel llegaron a Europa por la ruta del Mediterráneo central, que pasa por Libia e Italia. La mayoría de estos migrantes eran originarios de Nigeria, Mali, Níger, Burkina Faso y Senegal. En lo que nos afecta más a nosotros, optaron por la ruta del Mediterráneo occidental, que pasa por Marruecos y España, especialmente por las Islas Canarias. Según la OIM, entre 2014 y 2020 más de 200.000 seres humanos.

Marruecos se encuentra bajo una gran presión migratoria. Por un lado, tiene que hacer frente a las demandas de sus socios europeos, especialmente de España, que le piden que controle sus fronteras y que colabore en la lucha contra la migración irregular. Por otro lado, tiene que atender a las necesidades de los miles de migrantes que llegan a su territorio o que lo utilizan como tránsito hacia Europa. No podemos olvidar, aunque a veces nos cueste analizar la relación con el país vecino, que Marruecos se encuentra además en un contexto regional complejo, marcado por la inestabilidad del Sahel, la crisis de Libia y el conflicto del Sáhara Occidental. Ante el bloqueo de la ruta del Mediterráneo central, provocado por el acuerdo entre Italia y Libia para frenar los flujos migratorios, muchos migrantes optan por volver a la ruta del Mediterráneo occidental, que pasa por Marruecos y España. Esto hace que el otro lado de la frontera se haya convertido en el fusible que realmente ha protegido la estabilidad de la frontera, sin caer en el conformismo de que una seguridad pasada nos garantice una seguridad futura.

La situación de Níger, tras el golpe de Estado del 26 de julio, puede acabar rompiendo la función de fusible que ha ejercido Marruecos en las últimas tres décadas. El país saheliano se ha convertido en un foco de tensión regional e internacional, donde se cruzan los intereses y las influencias de diferentes actores. Por un lado, Francia, que tiene una fuerte presencia militar en el Sahel y que ve amenazados sus intereses económicos y estratégicos por el golpe y por el auge del yihadismo. Por otro lado, Rusia, que ha aprovechado el vacío de poder y el descontento popular para apoyar a la junta militar y expandir su influencia en África. Además, la CEDEAO, que agrupa a los países de África Occidental, ha condenado el golpe y ha amenazado con una intervención militar si no se restablece el orden constitucional. También Italia, que tiene importantes inversiones en el sector energético nigerino, se ha mostrado preocupada por la situación y ha pedido una solución pacífica. Por último, Argelia, que comparte una larga frontera con Níger y que teme las consecuencias de una posible guerra civil o una mayor inestabilidad.

Todo esto puede tener un impacto negativo en Marruecos, que hasta ahora ha sido un socio clave para España y Europa en materia de migración y seguridad. Si la crisis de Níger se agrava o se extiende a otros países del Sahel, Marruecos podría verse desbordado por un aumento de los flujos migratorios o por una mayor amenaza terrorista. Además, Marruecos podría perder influencia política y económica en la región si Rusia consolida su presencia y desafía el liderazgo francés. Por ello, Marruecos necesita reforzar su cooperación con sus socios europeos y africanos para contribuir a la estabilización del Sahel y a la defensa de sus propios intereses.

Por tanto, mientras en España y Ceuta miramos lo que sucede en Madrid, el Sahel está al borde de la guerra. Ceuta no puede ser ajena a las consecuencias de una desestabilización en las corrientes migratorias y de la capacidad de Marruecos para soportar la presión que se viene. Si se produce un conflicto armado en el Sahel, o si Marruecos se ve superado por la crisis política, económica y social, podríamos asistir a un aumento sin precedentes de los flujos migratorios hacia Europa, especialmente hacia España y Ceuta. Esto supondría un reto humanitario, de seguridad y de integración para nuestro país y nuestra ciudad. Es necesario elevar el nivel de alerta de ciudadanos y políticos y pedir responsabilidad de Estado a aquellos que libremente han decido gobernarnos porque, nos guste o no, la Guerra no entiende de vacaciones.

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