A diez días de concluir el mes de enero, el mar ha devuelto a las costas de Ceuta los cadáveres de tres personas desde el comienzo del año. La primera de ellas, un hombre absolutamente irreconocible por la descomposición del cuerpo. El traje de neopreno que vestía revelaba, sin embargo, sus intenciones. Las mismas que movieron al joven que este viernes fallecía ahogado cuando trataba de ganar la costa española a nado. E idénticas a la de los 15 migrantes cuyos restos mortales fueron recogidos en aguas de Ceuta a lo largo de 2023.
Estas muertes, reveladas en un ritmo sucesivo y constante, engrosan la crónica de sucesos pero no parecen ejercer ningún efecto sobre la conciencia colectiva. Más allá de las concentraciones mensuales de los activistas del llamado «Círculo de silencio» o la cita anual con la manifestación que rememora la tragedia vivida en El Tarajal el 6 de febrero de 2014, las decenas de jóvenes que pierden la vida en nuestras costas no son un acontecimiento que genere repudio público.
Las llamadas a la denuncia y la solidaridad de los responsables públicos cuando se desvela la aparición de otro cadáver pueden contarse con los dedos de la mano. Ni la Delegación del Gobierno ni la Ciudad organizan actos de repudio por estas muertes ni los partidos políticos, con alguna excepción, incluyen en sus argumentarios del día alusiones a estas tragedias. Ningún responsable institucional ha dicho ni media palabra sobre las tres muertes que se han registrado este mes. La cuestión hace tiempo que quedó relegada de las agendas.
