Cualquier excusa es buena para poner trabas a una repatriación que a Marruecos le está costando aceptar.
Ni la salud de sus nacionales atrapados y lejos de sus familias, ni la celebración en estos momentos del mes de Ramadán. Nada parece suficiente para que las autoridades marroquíes tomen una decisión más que razonable.
En Rabat llevan semanas dando vueltas a qué hacer y cómo hacerlo y ha tenido que morir una persona en Melilla para que aceleraran la decisión.
Pero no convencidos de ésta, ni se afanan en ejecutarla como Dios manda.
Este domingo estaba previsto que en tandas y franjas horarias, o como se dice últimamente escalonadamente, comenzara la repatriación de los nacionales marroquíes alojados en el albergue de La Libertad y en otros locales y viviendas de la ciudad. Pero cuando todo estaba listo, Rabat paraliza el esfuerzo humanitario que estaba dispuesto a realizar. No importa el sufrimiento de aquellos que quieren volver a su país.
La razón, según algunos, el positivo de uno de los repatriados de Melilla, según otros, que en las listas facilitadas a Marruecos van menores no acompañados. En definitiva, todo son impedimentos para abrir el pasillo humanitario que en tres días iba a permitir el paso de los marroquíes a su país.
Menos mal que, como dice Grande-Marlaska, las relaciones entre España y Marruecos son perfectas. Sí, perfectas para lo que le interesa a Marruecos. Los intereses de Ceuta y Melilla descienden a los infiernos cuando hablan Madrid y Rabat.
Y aquí seguimos, con más de un centenar de personas en la Libertad, pero no libres, y otros grupos de personas abandonadas a su suerte en diferentes puntos de la ciudad, sin poder cruzar la frontera.
España, dispuesta a todo. Marruecos, no. El país vecino suma casi 7.000 casos positivos por coronavirus y ahora se van a interesar más de lo necesario de si existe algún infectado entre los repatriados. ¿No tienen ellos su personal sanitario esperándolos?
Tiene que ser duro después de intentar estrangular al comercio ceutí y esperar que Ceuta se hunda, abrir un pequeño pasillo entre países diferentes (pero que según Grande-Marlaska se llevan divinamente) para que regresen los suyos.
Y es que en el fondo siempre subyace la misma cuestión. El orgullo de quien no quiere reconocer que Ceuta es España.
