Entre genocidas anda el juego

Ramón Rodríguez
photo_camera Ramón Rodríguez (ARCHIVO)

Mingorrubio parece ser paso obligado para dictadores hispano parlantes y algún otro idioma.

        “La fiesta del Chivo” además de una novela de Vargas Llosa en la que describe con total claridad una época en la que los dominicanos no necesitaban libertad para votar ni tan siquiera para ser torturados y asesinados, las mujeres además violadas, es una obra de teatro dirigida por Carlos Saura y protagonizada magistralmente por Juan Echanove y Lucía Quintana, es decir Trujillo y Urania.

        En la reciente Convención del PP, de Casado, Vargas Llosa se destapó con una frase propia de los genocidas Trujillo o Franco: “Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”. Supongo que para este Premio Príncipe de Asturias de las Letras y Nobel de Literatura tanto en la dictadura de Trujillo como en la de Franco existían “buenos” procesos electorales. ¡Qué época tan feliz! ¡Qué bien votaba la gente! En la Republica Dominicana quien no votaba bien terminaba con el vientre rajado y echado como refrigerio a los tiburones caribeños. En la España de Franco no se hacían esas barbaridades, no teníamos tiburones, las cunetas bastaban. Y además en España la población aprendió a votar muy, pero que muy, bien tras la limpieza político/cultural del régimen. Es decir, genocidio ideológico.

        Entre 1947 y 1976, tuvieron lugar en nuestro país ocho elecciones municipales, se convocaron tres referéndums y de regalo dos elecciones para procuradores en Cortes de representación familiar. ¿Quién dice que España era una dictadura? Un país que con Franco condecoró Adolf Hitler y a Benito Mussolini con el título de “Gran Caballero y el Collar de la Gran Orden Imperial de las Flechas Rojas”, según recoge el texto publicado en el BOE del 4 de octubre de 1937 y firmado por el mismísimo Franco. Entre otros motivos “como signo leal y firme” de su amistad en la “Cruzada”.

        Se me olvidaba otro gran reconocimiento al peruano de Arequipa, español de oficio y aficionado a las convenciones ultras y paraísos fiscales, el Premio Convivencia de 2013 de la Ciudad Autónoma de Ceuta. Donde denunció que “la intolerancia de quienes creen en verdades absolutas todavía llenan de muertos muchas regiones del mundo”. ¿?¿?¿? Pero si “Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien” ¿no parecen palabras surgidas de la intolerancia? ¿no se aproxima infinitamente a creer en verdades absolutas?

        Para tranquilidad del afable Vargas Llosa le indicaré que la sociedad ceutí aún vota mejor que cuando se le otorgó este premio, por aquel entonces había mayoría del PP y ahora del PP y VOX. En su cosmogonía Ceuta debe ser el arquetipo de voto fantástico. Vargas Llosa no transitó por el maravilloso realismo mágico pues prefirió crear su propio realismo trágico. Aunque lo trágico para él parecen ser la libertad y la democracia. Pero solo si la disfrutan los pobres.

        Resulta grotesco por no decir infame como la ultraderecha avanza a pasos agigantados por nuestra sociedad. ¡Sí, la nuestra, la española!

        Tal vez sea el momento de traer a escena a Umberto Eco. Comenzaré acercándome lo más posible al término grotesco, que se puede entender cómo lo que se encuentra en las antípodas de lo estéticamente bello, de la armonía, y que está íntimamente unido a lo desagradable, a la fealdad, a la vileza.

        La belleza, según Umberto Eco: “… es aquello que nos proporciona cierto placer, una sensación de atracción y se tiende igualar con la idea de bondad. Por otra parte, belleza es un concepto muy ligado a la realidad cultural de quien emite un juicio de belleza, por lo que nos parece bello aquello que históricamente le ha parecido bello a la cultura a la cual se pertenece. Se espera que sea bello aquello que se muestra armónico, mesurado, etc”.

        ¡Bondad! Inclinación a hacer el bien. Cualidad imposible de hallar en un dictador y menos en genocidas. “No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad”. Ludwig van Beethoven.

        Franco hizo felices a gran número de dictadores al otorgarles condecoraciones varias. A Trujillo no solo le concedió la “Cruz de Carlos III” durante su fraternal visita a España en 1954 (ya saben cuándo la libertad no era importante para votar y se votaba bien) sino también el “Collar de Isabel la Católica”. Total, este buen tirano “solo” asesinó a unas 50.000 personas. Incontables fueron las que torturó, encarceló, violó, secuestró o hizo desaparecer. Y menos mal que gobernaba en un país con poco más de tres millones de habitantes.

        Siguiendo con el filósofo italiano: “La fealdad es siempre un error de sintaxis y por eso es infinita, porque las maneras de construir una frase de forma correcta son escasas, pero las de hacerlo mal son infinitas”. Lo que nos puede llevar a argumentar que hacer las cosas mal es feo pero que hacerlas intencionadamente mal es horroroso.

        Si bondad es sinónimo de belleza y fealdad antónimo de la misma maldad es sinónimo de fealdad por ser antónimo de bondad.

        Durante el franquismo el número de víctimas fue muy superior a las que se le atribuyen al “Chivo”.

        Las dictaduras son feas ¡horrorosas! En ellas no existe la libertad y resulta tremendamente triste que se lo tengamos que recordar a todo un Premio Nobel.

        Hoy leí en un humilde periódico digital de Ceuta una breve reseña cultural titulada “La fiesta de la cultura”.  Concluía el artículo con una pregunta absolutamente transcendente en estos tiempos y este país: “¿por qué sigue habiendo gente en España defensora de una dictadura?”.

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