Héroes del Olimpo en el Hades del INGESA

5386_planta-hospital-universitario_1003
photo_camera Planta del Hospital Universitario (ARCHIVO)

Hoy un placer inunda mi mundano cuerpo. No lo niego. Es un placer milenario, recuperado del antiguo Egipto donde mi labor de hoy cobraba una importancia suprema ante el regocijo del baño en una piscina de deleitantes y ancestrales pictogramas. Hoy destila el Leo Magister su sapiencia concreta, antídoto social de Higea, deslizando ese conocimiento por las curtidas manos de mi persona. El amanuense.

                ¿soy la mano que dibuja la tormenta de tu mente? Asoma en mi sentir la cuestión. No pocas veces. Tú eres el mago. Quien sublima, difunde y ennoblece el velado alumbramiento de mi hipercinético caos. Somos sinergia. Entiendo de su afirmación.

Pero tú eres el genio.

                Soy el excéntrico. El espejo que te muestra al genio. Entiendo su mensaje. Caos y orden. Yin y Yan.

                Como esos magos persas, que miraron al cielo para entender la tierra. La incertidumbre nubla mi mente y me congela. El siguiente artículo será de médicos. Y… ¿por qué de médicos?

Porque quise serlo…

                Pero algo ha cambiado hoy. Lo noto en su espíritu. La frugalidad ha dado paso a una sombra invisible que reviste el ambiente como el rocío de levante. Y lo conozco, esa sombra solo le reviste cuando algo es irrecuperable. El derviche me entiende. Entiende mi pregunta sin palabras. Ha muerto un médico.

¿Lo conocías? Le pregunto. Dentro del dolor que supone la pérdida de una persona que daba vida. Se llamaba Julio. Responde. Era anestesista.

Y… ¿por qué esa tristeza por alguien que no conoces?

Porque ellos no son hombres. Están más cerca de Dios. Ellos protegen el mayor regalo que él nos dio y en ocasiones dan la suya por salvaguardar la nuestra. Son esos dioses de panteones ancestrales. A menudo desconocidos.

Esculapio… Resuena en mi cabeza. Ellos no son simples mortales. Son mucho más. Responde, pareciendo entender la disyuntiva de mi mente.

¿Recuerdas cuando hablamos de la doctora Maria Inés de Gusmão? Estudió en la Complutense sin saber una palabra de español en su primer año, y terminó cuidando pobres en Tanzania, quizá su cuerpo de mujer esconde el alma de un ángel. Asiento despacio con la cabeza. ¿Recuerdas cuando escribiste sobre doctora Laura Vela? Admirada por todos en digestivo, en pediatría, interna… abandonada por aquellos a quien servía, tal como los romanos derramaron la perfidia ante su tríada capitolina, ignorando el llanto de Júpiter, Marte y Jano…

Derviche… me asalta la duda de nuevo… ¿Por qué encuentras la paz ante en ese remanso de dolor y sufrimiento?

Porque allí encuentro paz. Mi tranquilidad se nutre del dolor paliado. Cada herida sanada. Cada sonrisa de un alma hundida… Es entre dolor y sufrimiento donde se ha de buscar hacer el bien. Una etérea vaguada se nos abre bajo nuestros pies, lustrando un camino tan conocido como desconocido. ¿Quieres viajar conmigo a través de urgencias? ¿ves ese doctor? Lo reconozco. Ante mis ojos se vislumbra una figura delgada y apacible. El doctor Abdeselam Buyemaa. Un genio. Responde. ¿Ves ahí? La impactante doctora Susana Ascaso. Con su mirada parece señalar a su alrededor. Gysele, Shakina, Merche,  Fernando ese boludo argentino … Pese a lo sombrío, una tierna y casi imperceptible sonrisa se dibuja en su rostro. Ellos son la infantería. El testudo. Esas agujas son sus pilum. Esas mascarillas son su Scutum. Eso es poder.

A pesar de todo deben tener buena vida. Respondo. ¿…no?

Mala comida, desprecio, y el mal pago de que se subroga el derecho a ser sus dueños. Su mayor condena – responde enumerándolos con su mirada – es que seguirán salvando mientras le quede aliento. Y por encima de ellos lo saben. Nos sumimos en un breve silencio. Subamos de planta.

Vaya, ¿esto es como el corte inglés? Sonrío agregando un poco de humor.

Pero sin escaleras mecánicas ni teles de plasma. Y cuando las hay, las roban. Mira, a tu derecha.

¿Cardiología…? ¿entramos…?

Aun tenemos buenos sentimientos, y además nuestros corazones aun están bien, pero probablemente no siempre sea así, y cuando eso cambie, vendremos.

¿Dónde lleva esa puerta? Pregunto al avanzar unos pasos y descubrir que se abre ante nuestros pies.

A un portento. Rafael Merino. Si entras ahí, algo sucede en tu cabeza. Es Neurología.

No quiero entrar… respondo. ¡Eh! Que chicas tan guapas. Su mano se cierra en mi pecho con fuerza, y siento la presión en mi pecho. Perdón… no pretendía… matizo contrariado.

Neumología. Cuando vienes aquí, lo que estás sintiendo ahora mismo por fuera, lo sientes por dentro. Cuando entras ahí te asfixias. Y sufres. Y ellos absorben ese sufrimiento y pasa a formar parte de ellos para siempre. Guardo silencio pensativo ante sus palabras, y miro a mi alrededor hasta descubrir tres personas ante mí. ¿quién es ese señor alto?

Leopoldo. Ella es Cintia, y ella Pilar. Responde señalando a cada uno con su mirada.

¿Esa puerta sigue siendo Neumología? Concluyo tras observar la entrada a otra dependencia junto a los doctores.

Digestivo. Tras esa puerta está el doctor Guerrero. Con Amando y Fernando. Asiento mientras escucho sus palabras. El doctor Guerrero ha ganado mucho más de lo que ha perdido, pero ha perdido mucho. Ha entregado su propia salud, pero al precio de dar un halo de esperanza a cada persona que se ponía en sus manos. Así funciona a veces. En cada lance entregas un poco de ti para darle un poco a quién te entregas. Es como un pacto con el diablo, pero a la inversa. Es un pacto con Dios.

Pensativo, continúo escrutando mis alrededores, hasta que una ingente masa humana se agolpa en una sala.

Radiología. Responde adelantándose a mi pregunta. Ahí veras al incombustible Juanele, con Manolo Calero y Mehdi. Tres auténticos gladiadores. Pero no te acerques. Subamos de planta.

Jajaja rio. ¿Hay rebajas?

En este centro no existen las rebajas. Todo se paga muy caro. Vuelve a subir de planta.

¿Ahora trajes verdes? Pregunto extrañado ¿Quiénes son esos tres?

Los traumas. Fran, Santi y Juan.

¿Juan? Le interrumpo. De Juan me has hablado mucho. Se llamaba Juan…

Ortiz. Concluye. ¡Eso! Respondo. ¿Hablamos con él?

No. Tenemos prisa, y con Juan no se habla con prisa. Con alguien tan interesante como él, querrías más y más. Y más aun conociéndote a ti. Ven. Gira. Ahí están los quirófanos.

Mmmmm musito desconfiado… ahí pasan cosas muy malas.

Ahí se evita que pasen cosas muy malas. Las peores, de hecho.

… ¿Y esos?

Los cirujanos. Pepe Muñoz y José Manuel Fernández. Goya y Velázquez. Y los que le acompañan los futuros Goya y Velázquez.

¿Ese es el quirófano? Investigo.

Si.

¿y esos?

Los anestesistas. Y antes de que lo digas, no. No entres. Ellos te duermen. Preferirás estar despierto.

Un recuerdo del principio de nuestro viaje acude a mi mente. ¿Ahí es donde trabajaba Julio?

Si. Era el jefe.

Entonces… ¿Ya no estará junto a los dioses?

Siempre lo estará. Ahora más que nunca.  Aclaró.

¡Eh! ¡Mira ahí! Avancé rápido hacia una puerta, hasta que una mano me frenó en seco. Ahí no se puede entrar. Eso es la UCI con el gran Enrique Laza.

 ¿Seguimos subiendo? Respondí yo. Si. Pasaremos al laboratorio. La respuesta parece ilógica. No es la siguiente planta. Pero…

La siguiente planta es de mujeres. Me contestó como si hubiera oído mi pregunta antes de formularla.

¿Y no conoces a nadie allí? ¿por qué no subimos?

Conozco a Imane. Pero es una persona demasiado perfecta. Querrías quedarte. Y además… respondió tras una breve pausa, está mi Patri… ahora subamos Al laboratorio.

Vaya cuantas máquinas…

Y allí está Alfonso. Un gran hematólogo. Mejor persona.

Una duda afloró a mi mente. Pero tu siempre me hablas de… Aquí está ese señor, Rafa Aporta, ¿no?

Otro genio. Lo conocerás.

Pues debo decir que… no he sentido tanto miedo. A pesar de parecer un lugar tétrico, las personas que hemos visto… parecen imbuirlo de una extraña paz… Reflexiono.

Esa es su virtud. Ahora vamos a desayunar, ya va siendo hora. Conocerás al doctor José Luís Saceda. El urólogo.

Y ¿Qué hace?

No quieras saberlo. También nos veremos con Hakim. No solo es un genio. También puede transmitirlo con su mirada.

¡vaya! ¡qué tipo más grande! Y… ¿después?

Desayunaremos de nuevo. Esta vez con Siham. Ella es… ella. Única. Doctora en primaria. Iremos hacia allí.

Todo se aclaraba poco a poco en mi cabeza. te has quedado por ellos, ¿verdad?

Si. Sigo en Ceuta por ellos. Con ellos me siento seguro. Y porque salvaron a mi padre. Y por cierto, no podremos ir al otorrino con mi gran amigo Enrique Roviralta. A quien guardo en mi corazón y dedico mis oraciones.

Andrés. De Chiclana. Residente. Lo más grande de él es su arte. Y ese de ahí es José. R1 dominicano que quiere conocerte. Compartís gustos.

Permanezco pensativo… ¿Y quién paga todo esto?

La misma entidad que abandona a todas las personas que acabas de conocer. El INGESA. El que no recordará a Julio, que vivirá para siempre en los corazones de sus maltratados compañeros. Saben que los muros de estas paredes pueden caerse, pero que esas personas que has visto son una auténtica falange espartana que jamás será tumbada. Y ahí radica su condena. Lo que no cae no merece atención. Antaño fueron médicos. Ahora son meras herramientas políticas que han cambiado el fonendoscopio por la calculadora. La bata por la chaqueta, y la empatía por la sonrisa de hiena.

Se que carezco de la autoridad moral que otorga el conocimiento, pero… siento en mi corazón que esas personas que acabamos de ver están tan inmersas en su entrega, en esa entrega de una pequeña porción de su vida que llena en una pequeña fracción la voluntad ajena, que, de no ser así, su ausencia fagotizaría de golpe sus propias vidas. Algo me dice que ellos siempre serán héroes al servicio de la vida, y que seguirán entregando la suya propia como una ofrenda al mayor regalo que hemos recibido de Dios. La propia vida.

A la memoria de Julio Gallego. Dios lo guarde en su gloria.

 

Más en Remitidos