Podría tratarse de la nueva moda de esa otra juventud que no respeta las restricciones en pandemia. La alternativa al botellón en la calle: un botellón a cubierto.
Uno o dos amigos reservan una habitación en un alojamiento de la ciudad o en una casa y, al final, esa noche terminan por reunirse en grupo, a resguardo de las sanciones por incumplir las medidas sanitarias y el toque de queda.
En otros casos la picaresca pasa por el alquiler de una vivienda durante unos meses que pagan entre unos pocos con la finalidad de montarse la cena y la fiesta. Es la otra alternativa a quedar y divertirse en casa de uno de los amigos, el que está dispuesto a jugársela.
A fin de cuentas, se ha pasado de un medio control en las calles a un descontrol a cubierto en lugares donde no acceden con facilidad los agentes y menos si aparentemente no está ocurriendo nada.
Las concentraciones para celebrar un botellón que antes se producían en un lugar determinado de la ciudad, ahora son de manera dispersa y bajo techo. La fiesta es en lugares insospechados. También en montes, pistas o en el boquete más recóndito del barrio. El control se hace complicado.
La pregunta es: ¿acaso el comité de expertos ha consultado este tipo de situaciones que parecen estar de moda con los distintos cuerpos de seguridad?